Se acabaron las competencias olímpicas
de Londres 2012 y la realidad nos ha alcanzado de nuevo. Que la democracia se
nos ha vuelto engrudo y eso de los votos no les va bien a los que arrebatan.
Pues habiendo ganador es la hora de poner piedras en el camino, de encarecer,
de regatear, de chantajear, pues cómo está eso de elecciones limpias. Nada de
eso, la democracia no es venero de tranquilidad y conformidad hacia un nuevo gobierno, al
menos no es así en México. Las cosas están muy raras.
A mantenerse muy atentos, a la
espera del cumplimiento de expectativas que se suponen asociadas a la
democracia (electoral): Impecable impartición de justicia y disminución de las
desigualdades sociales. Vista así, la democracia no ha cumplido con esas dos
aspiraciones y es difícil que las cumpla, pues la codicia se ha encargado de
afirmar la injusticia y ahondar la división social.
La democracia nos ha traído la
disminución de las barreras arancelarias y tratados de libre comercio, lo que
no se refleja en crecimiento económico anual sostenido del 6%, la riqueza se
sigue concentrando en pocas manos y la pobreza no se abate.
Es evidente que el poder
presidencial ha sido acotado sin configurar con ello un mejor gobierno, al
contrario, el Poder Ejecutivo se percibe debilitado. Y no se trata de los
contrapesos formales sino los que proceden de los intereses económicos de
grandes empresarios nacionales y de compañías trasnacionales.
El problema no es la democracia
sino la utilización que se hace de ella y en su nombre es inmolada,
esterilizada. La retórica de la revolución de ayer, como la retórica del
mercado de hoy, invoca a la razón democrática para despreciarla a la primera
oportunidad en beneficio de las élites, quienes le dejan al resto de la
sociedad un mundo de fantasmagoría, de ilusiones no cumplidas.
Un círculo vicioso en eterno
retorno, imposible es mirar la luz al final del túnel. Las desgracias ocurridas
en las minas de carbón de los últimos años, en el estado de Coahuila, son
metáfora de un país atraído por la espiral de la mala fortuna.
La violencia y la muerte que
impone la delincuencia organizada vuelven a las primeras planas. Ya pasaron las
elecciones ¿No? La delincuencia como la versión más acabada de la animalidad
predatoria que se burla de un país democrático y reformado, que a la vez sigue
siendo el mismo guadalupano y descreído de la ley.
Se han conquistados libertades,
se ha hecho de la competitividad una consigna, pero sin acatamiento del Estado
de derecho lo que padecemos es un Estado de depredación, incivil, donde la
democracia sobrevive bajo acoso permanente.
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