“Eran duchos en reuniones, todos
acumulaban consejos de administración o de supervisión, todos pertenecían a
alguna asociación patronal.”
Éric Vuillard
Lo dicho, esta campaña
presidencial ha tenido como su contenido más destacado el debate entre Andrés
Manuel López Obrador y los magnates, con las organizaciones patronales de
acompañantes. Esta ha sido una discusión fuerte, estruendosa cabe agregar. El punto de mayor ebullición llegó la semana
pasada en la serie de solicitudes que hicieron grandes empresarios a sus
empleados, en el sentido de orientar su voto. Hasta que se dieron cuenta por
medio de distintas encuestas, que su malestar no permeaba al resto de la
ciudadanía como ellos quisieran. Su oposición abierta en contra de AMLO no ha
sido suficiente para reducirlo en los resultados de los sondeos. Como si fuera
levadura, la oposición empresarial en contra de López Obrador hizo que éste
rompiera la barrera de los cincuenta puntos en las encuestas. Tal vez por eso
los debatientes continuaron su conversación en un desayuno privado -sin los
medios- el martes 5 de junio.
Ayunos de información estamos
sobre los pormenores del encuentro. Empero, vale hacer consideraciones
adheridas al suceso y que no pueden quedar desapercibidas dada su relevancia
para el futuro de la democracia.
Una de esas consideraciones es la
vulnerabilidad de la democracia liberal frente a la tendencia a la
oligarquización, la famosa ley de hierro que Robert Michels descubrió en la
organización de los partidos. Es un giro muy sutil, se aprecia desde el
desequilibrio ciudadano que se da cuando el voto individual vale lo mismo y
dentro de esa ciudadanía hay un puñado de personas que tienen voz y megáfono,
con recursos económicos en aptitud de influir la votación, de amagar, de vetar.
Tan poderosos que en los últimos años las grandes decisiones del Estado han
sido impuestas y/o y consultadas por y con los magnates. Son el factor real de poder
andante y constante.
Otra consideración importantísima
remite a una discusión añeja y mundial, sobre dos posiciones acerca del curso
de la economía capitalista*. Una posición, la que impera y es dominante desde los
años ochenta, dice que el mercado se autorregula “naturalmente” como si fuera
un organismo biológico, por lo que la intervención del gobierno resulta inicua.
La otra posición dice que en tanto el mercado es resultado de convenciones, del
obrar humano imperfecto, requiere de la intervención gubernamental debidamente
regulada para corregir desequilibrios. Es una posición moralista.
Se ha hecho una religión
económica bajo el dogma del mercado autorregulado, con supuestos abstractos
para darle una pátina científica. Una religión que combate el pecado de la
intervención gubernamental. Esta religión hecha iglesia tiene su santa sede en
Davos, Suiza. Sus catedrales más notorias están en Nueva York, Londres, Tokio,
París, Frankfurt. También tiene sus santos doctores ungidos por la academia
sueca. La otra posición, el keynesianismo, fue poco a poco reducida. Se mantuvo
mientras significó una contención al comunismo. Una vez derrumbado el bloque
soviético, el legado de Keynes fue destruido. Hoy en día, mentar los mercados
regulados conlleva el anatema de populismo.
Estas dos
consideraciones, la oligarquización y la discusión sobre el modelo económico
rondaron la reunión entre el Consejo Mexicano de Negocios y López Obrador. Si
AMLO se ha mantenido adelante en la contienda ha sido por desafiar a los
grandes empresarios, lo cual no han hecho los otros candidatos. Las
movilizaciones que Andrés Manuel ha animado por todo el país dejan fluir la voz
de muchos ciudadanos afectados por el modelo económico apuntalado por las
reformas. En la historia nada está finalizado.
*En esta apreciación me apoyo absolutamente
en lo expuesto por Robert Skidelsky en su libro El regreso de Keynes. Editorial Planeta. Barcelona, 2013.