jueves, 23 de noviembre de 2017

Ficción colectiva*

“Hay situaciones en las que las instituciones saltan, en que ya no se sabe dónde está el rey.”
Emmanuel Levinas

Sobre las edificaciones arruinadas por causa de los terremotos se ha pegado un anuncio oficial. Los damnificados leen atónitos: ‘Disculpa por la suspensión de la reconstrucción. Hombres trabajando en año electoral’.

Así de burladas se han de sentir las personas que no pueden regresar al hogar que habitaron. Desde la esfera pública se ha preferido resolver la reconstrucción como un asunto entre particulares por la vía del mercado. Se entregan tarjetas de plástico para comprar materiales, se ofrecen créditos para comprar casa, los que tienen seguro tratarán de hacerlo efectivo y así remediar la pérdida material. De región en región afectada, cada una demanda una reconstrucción a la medida. Al reclamo, los damnificados escuchan la voz del Estado: háganle como puedan. La marcha del país no se detendrá por una minoría de damnificados, todo sea para celebrar la cita cívico electoral del primero de julio próximo.

Entonces se aprecia la falta de instituciones que arreglen con cierta efectividad la convivencia dentro de un colectivo mayor, el Estado. Porque las instituciones están construidas para darle durabilidad y bienestar a la existencia tuya y mía, son la consagración de la vida social. Pero desde el nacimiento de la modernidad se ha mantenido una creencia de una individualidad autosuficiente, que se sostiene sin dependencia con otros. Sobre todo, por lo que atañe a la forma radicalizada del liberalismo extremo, que es la superestructura ideológica que campea en nuestros tiempos. Todo lo que significa valorar una ficción colectiva distinta en la superación de los desencuentros o diferencias al interior de una sociedad ya tiene una etiqueta: populista.

Creo de utilidad hacer a un lado la discusión entorno a ese equívoco que envenena el debate. El punto es conversar sobre la ficción colectiva que acredite a las partes y dé viabilidad a la convivencia dentro del país. Nada bueno depara la crispación, el encono. El asunto, también, no es dilucidar quien es el mejor prospecto para gobernar, sino que instituciones tiene que fortalecer el poder público democráticamente establecido.

Si el individuo fuera literal y verdaderamente autosuficiente el lenguaje sería innecesario, salvo en su acepción de idiolecto. Atengámonos a la realidad básica, Tú y Yo es el binomio, el sístole y diástole de la humanidad. Desde los rituales y mitos de la sociedad primitiva se tiene esa ficción colectiva que arregla la existencia social. Israel arcaico creó la ficción del pueblo elegido, donde reyes y profetas eran en y para el pueblo de Dios ¿Orígenes del populismo?; la ciudad (polis) fue una ficción fructífera en lo civilizatorio, donde un tonelero pudo alcanzar las cumbres del saber y, por la misma configuración de la ciudad fue condenado a suicidarse o exiliarse; acaso no fue el derecho romano la ficción a modo organizar un imperio, extender el orden más allá de la ciudad; los primeros cristianos recurrieron a la figura de la asamblea (iglesia) y postularon una hermandad ecuménica a partir de la fe en Cristo; Hobbes recurrió a la ficción de El Leviatán  (Estado absoluto) para abatir la belicosidad entre los hombres; Rousseau, por su parte, concibió el contrato social (Estado democrático) para atenuar las desigualdades dictadas por la naturaleza y garantizar la libertad. Todas estas ficciones dieron la pauta para formar tal o cual tipo de instituciones.


Con la misma disposición a la brevedad, la ciudad hierática Tenochtitlán tenía un calendario de festividades religiosas, cuenta Fray Bernardino de Sahagún, que organizaba la vida de los aztecas; los conquistadores amalgamaron las creencias autóctonas en su despliegue evangelizador, la deidad Tonantzi con la extremeña Virgen de Guadalupe; la primera versión liberal de México tuvo efecto devastador sobre las comunidades agrarias, no había materia suficiente para creer la saga del liberalismo posesivo; la revuelta agraria de 1910 dio pie, a partir de la Constitución de 1917, a la conformación del Estado benefactor ¿Populismo?; desde 1983 una segunda versión liberal, que como ola desmanteló la Constitución y estableció la ficción colectiva del mercado. Sin formación de ciudadanos, sin verdaderos empresarios, el resultado ha vuelto a ser devastador, ahora en su resaca delictiva: asesinatos, asaltos, extorsiones, fraudes.

Por lo expuesto, se entiende porqué es exigible una reconstrucción ejemplar sobre las ruinas que dejaron los sismos de este año. Aprender que la democracia y el mercado no se construyen en el vacío, su mejor base es reinstituir componentes del Estado del bienestar: justicia, ingreso, educación, salud. Si los poderes públicos quedan abstraídos en el juego electoral y en los vaivenes del mercado, entonces la viabilidad del Estado quedará en riesgo. Se abrirá el paso a otras ficciones colectivas como la secesión entre el norte y el sur, o la declaratoria de una Estado Libre y Asociado.

¿Llegaremos a eso?


*Ficción colectiva es una expresión para aludir a las creencias fructíferas, que sin requerir demostración alguna y sustentadas en el crédito concedido por una comunidad, colectivo o sociedad, fundan instituciones que arreglan la convivencia y hacen llevadera la existencia entre seres humanos.
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