“Hay
situaciones en las que las instituciones saltan, en que ya no se sabe dónde está el rey.”
Emmanuel
Levinas
Sobre las
edificaciones arruinadas por causa de los terremotos se ha pegado un anuncio
oficial. Los damnificados leen atónitos: ‘Disculpa por la suspensión de la
reconstrucción. Hombres trabajando en año electoral’.
Así de
burladas se han de sentir las personas que no pueden regresar al hogar que
habitaron. Desde la esfera pública se ha preferido resolver la reconstrucción
como un asunto entre particulares por la vía del mercado. Se entregan tarjetas
de plástico para comprar materiales, se ofrecen créditos para comprar casa, los
que tienen seguro tratarán de hacerlo efectivo y así remediar la pérdida
material. De región en región afectada, cada una demanda una reconstrucción a
la medida. Al reclamo, los damnificados escuchan la voz del Estado: háganle
como puedan. La marcha del país no se detendrá por una minoría de damnificados,
todo sea para celebrar la cita cívico electoral del primero de julio próximo.
Entonces
se aprecia la falta de instituciones que arreglen con cierta efectividad la
convivencia dentro de un colectivo mayor, el Estado. Porque las instituciones
están construidas para darle durabilidad y bienestar a la existencia tuya y
mía, son la consagración de la vida social. Pero desde el nacimiento de la
modernidad se ha mantenido una creencia de una individualidad autosuficiente,
que se sostiene sin dependencia con otros. Sobre todo, por lo que atañe a la
forma radicalizada del liberalismo extremo, que es la superestructura ideológica que campea en nuestros tiempos. Todo lo que significa valorar una ficción
colectiva distinta en la superación de los desencuentros o diferencias al
interior de una sociedad ya tiene una etiqueta: populista.
Creo de
utilidad hacer a un lado la discusión entorno a ese equívoco que envenena el
debate. El punto es conversar sobre la ficción colectiva que acredite a las
partes y dé viabilidad a la convivencia dentro del país. Nada bueno depara la
crispación, el encono. El asunto, también, no es dilucidar quien es el mejor
prospecto para gobernar, sino que instituciones tiene que fortalecer el poder
público democráticamente establecido.
Si el
individuo fuera literal y verdaderamente autosuficiente el lenguaje sería innecesario,
salvo en su acepción de idiolecto. Atengámonos a la realidad básica, Tú y Yo es
el binomio, el sístole y diástole de la humanidad. Desde los rituales y mitos
de la sociedad primitiva se tiene esa ficción colectiva que arregla la
existencia social. Israel arcaico creó la ficción del pueblo elegido, donde
reyes y profetas eran en y para el pueblo de Dios ¿Orígenes del populismo?; la
ciudad (polis) fue una ficción fructífera en lo civilizatorio, donde un
tonelero pudo alcanzar las cumbres del saber y, por la misma configuración de
la ciudad fue condenado a suicidarse o exiliarse; acaso no fue el derecho
romano la ficción a modo organizar un imperio, extender el orden más allá de la
ciudad; los primeros cristianos recurrieron a la figura de la asamblea
(iglesia) y postularon una hermandad ecuménica a partir de la fe en Cristo;
Hobbes recurrió a la ficción de El Leviatán (Estado absoluto) para abatir la belicosidad
entre los hombres; Rousseau, por su parte, concibió el contrato social (Estado
democrático) para atenuar las desigualdades dictadas por la naturaleza y
garantizar la libertad. Todas estas ficciones dieron la pauta para formar tal o
cual tipo de instituciones.
Con la
misma disposición a la brevedad, la ciudad hierática Tenochtitlán tenía un
calendario de festividades religiosas, cuenta Fray Bernardino de Sahagún, que
organizaba la vida de los aztecas; los conquistadores amalgamaron las creencias
autóctonas en su despliegue evangelizador, la deidad Tonantzi con la extremeña Virgen
de Guadalupe; la primera versión liberal de México tuvo efecto devastador sobre
las comunidades agrarias, no había materia suficiente para creer la saga del
liberalismo posesivo; la revuelta agraria de 1910 dio pie, a partir de la
Constitución de 1917, a la conformación del Estado benefactor ¿Populismo?;
desde 1983 una segunda versión liberal, que como ola desmanteló la Constitución
y estableció la ficción colectiva del mercado. Sin formación de ciudadanos, sin
verdaderos empresarios, el resultado ha vuelto a ser devastador, ahora en su
resaca delictiva: asesinatos, asaltos, extorsiones, fraudes.
Por lo
expuesto, se entiende porqué es exigible una reconstrucción ejemplar sobre las
ruinas que dejaron los sismos de este año. Aprender que la democracia y el
mercado no se construyen en el vacío, su mejor base es reinstituir componentes
del Estado del bienestar: justicia, ingreso, educación, salud. Si los poderes públicos
quedan abstraídos en el juego electoral y en los vaivenes del mercado, entonces
la viabilidad del Estado quedará en riesgo. Se abrirá el paso a otras ficciones
colectivas como la secesión entre el norte y el sur, o la declaratoria de una
Estado Libre y Asociado.
¿Llegaremos
a eso?
*Ficción colectiva es una
expresión para aludir a las creencias fructíferas, que sin requerir
demostración alguna y sustentadas en el crédito concedido por una comunidad, colectivo
o sociedad, fundan instituciones que arreglan la convivencia y hacen llevadera
la existencia entre seres humanos.