Veinte días de campañas
soporíferas, aunque por obligación no tienen que ser entretenimiento, ni
debería. El circo es cosa de la tecnopolítica, mientras más payasadas se hagan,
mejor. Tampoco tienen que ser un vomitivo. Baste con entrar a la red X
para vomitarse. Son tan insustanciales las campañas de la presente contienda
electoral, casi dejan de ser materia de análisis. Esa fue una de las razones
por las que no escribí mi artículo de la semana. Me fugué a la sierra sin
fusil, en plan familiar, a respirar ambientes más saludables durante el puente
vacacional asociado al natalicio de Benito Juárez.
Con qué gusto me dirigí a la
Sierra Otomí Tepehua en Hidalgo. Su sinuoso camino de acceso, sin lugar a
distracciones, enfilado a la cabecera municipal de Tenango de Doria. Durante todo
el trayecto serrano la propaganda electoral se distinguía por su ausencia. Así
fue porque me dirigí al México ignorado, donde los candidatos no llegan porque
no encontrarán una cuantiosa cascada de votos. En la Sierra las cascadas no son
una metáfora, son una realidad sustantiva.
Llegar a Tenango de Doria fue entrar
a un territorio libre de propaganda electoral. Famoso por sus manos artesanas
dedicadas al bordado sobre manta con motivos de la naturaleza, flora y fauna,
para especificar. Tan original como para ser plagiado, tan característico del
lugar, que sus obras artesanales se les conoce con el nombre de Tenangos.
En conjunción con esta artesanía, se encuentra un complejo
agropecuario-forestal-comercial para el sustento de sus habitantes. Los sujetos
o unidades económicas tienen reconocido su lugar, hay confianza, la mínima como
para no sentirse amenazados hacia la extinción por otro agente económico, a no
ser por la explotación de materiales para la construcción, común en el estado
de Hidalgo. Es lo más parecido a la economía moral, a como la entendió el
historiador E. P. Thompson.
Para que esto suceda así, la
migración de sus pobladores a los Estados Unidos ha facilitado un ingreso
adicional para las familias del municipio, más el agregado de los recursos
públicos directos a la población, hacen de Tenango de Doria un espacio de paz
salutífera.
El Cerro Brujo es su guardián, visitado
por la gente del lugar para pedirle su intervención auspiciosa en fiestas
comunitarias que resulten alegres y seguras, sin hechos qué lamentar. Hay otro
tipo de peticiones, por ejemplo, si la sequía abate la tierra, el pueblo se
dirige al Cerro Brujo para solicitarle el arribo urgente de las lluvias.
Tres días de visita dan para una
idealización bucólica, romántica. Faltan otros datos, los obtenidos a ciencia y
paciencia. Tómese en cuenta, sólo quería escapar de la toxicidad de las
campañas electorales, convertidas en una letrina donde deponer, nunca proponer.
¡Lo logré!
Que ni se les ocurra buscar la
denominación de pueblo “mágico”. Lo que en realidad sucede con esa declaratoria
es metropolizar al pueblo con chelerías, restaurantes, hoteles carísimos y
hasta boutiques inalcanzables para sus pobladores. Algunos denominados pueblos
mágicos son con como un trasplante de La Condesa al medio rural. El caso de
Huasca de Ocampo, también en Hidalgo.
Las cosas buenas existen, merecen
ser visibilizadas.