martes, 4 de noviembre de 2014

Las dos fracturas

La conclusión, con dejo de amargura, que hace tiempo me hizo un amigo acerca de la conducta de los políticos, a quienes senteciaba por su proceder demasiado lírico. Esto es no leen, no se instruyen. En la actualidad, a lo más que llegan es a utilizar las herramientas del positivismo lógico, como las estadísticas y las encuestas, permaneciendo totalmente indiferentes de esa filosofía. Pero la cosa está peor, en adición al comentario de mi amigo, se dejan llevar por intuiciones en las que prevalezca su interés inmediato y su futuro personal. Nada que ver con el oficio consagrado al servicio público.

Vivimos días de excepción o cómo la norma se suspende en tanto medio para afirmarse. Alumbrado por la obra de Carl Schmitt, Giorgio Agamben lo dejaría así: “La excepción es una especie de la exclusión. Es un caso individual que es excluido de la norma general. Pero lo que caracteriza propiamente la excepción es que lo excluido no queda por ello absolutamente privado de conexión con la norma; por el contrario, se mantiene en relación con ella en la forma de suspensión. La norma se aplica a la excepción desaplicándose, retirándose de ella. El estado de excepción no es, pues, el caos que precede al orden, sino la situación que resulta de la suspensión de éste” (p.30) Y más adelante “No es la excepción la que se sustrae a la regla, sino que es la regla la que, suspendiéndose, da lugar a la excepción y, sólo de este modo se constituye como regla, manteniéndose en relación con aquélla” (p. 31) El caso es, remata Agamben, es que se crea un espacio-temporal de indistinción entre la norma y la excepción, que se oculta a los ojos de la justicia, “donde tenemos que fijar la mirada.” (p. 54) Homo Sacer. El poder soberano y la nuda vida. PRE-TEXTOS, 2013.



Esta perspectiva de observación la adopto para considerar lo sucedido en México desde el 2 de septiembre del año en curso, asomarse a las dos fracturas del Estado mexicano desde la coyuntura actual. Fracturas expuestas cuya formación tiene décadas, nada más que ahora la reiteración de evidencia en la cadena de sucesos no las puede ocultar. Como si la realidad hubiera dado un vuelco mostrando el lado oscuro que siempre ha estado ahí, imperturbable.

El dos de septiembre, ante la élite convocada en Palacio Nacional, se presume un Nuevo México y se llama a poner en acción las reformas. Todo parecía bajo control, pues los mitos estaban desechados y los paradigmas rotos.
El 26 de septiembre, la carroza volvió a su condición de calabaza. La represión a estudiantes en Iguala, donde la policía local hiere, mata y desaparece a normalistas de Ayotzinapa. La narrativa reformadora se rompe.

Todavía no era de creerse, la clase política se sentía segura de sus certidumbres. El 30 de septiembre, el Senado inaugura el “Encuentro por la Federación y la Unidad Nacional”. Ejemplo de la desubicación de los líderes parlamentarios en el contexto de un país descompuesto que no les inhibe su cínica autocelebración.

Sólo hasta el 6 de octubre tomaron conciencia de manera pública de lo sucedido. La tristemente famosa conferencia de prensa del presidente Enrique Peña Nieto, en la que se expone de manera oficial la indignación por los 43 desaparecidos en Iguala. Como si de tratará de un trámite administrativo, se giran instrucciones a dependencias del Ejecutivo.

Desde esa fecha hasta el mes de noviembre, la excepción se ha convertido en norma.

Es posible que la realidad dé un vuelco o se trata un capítulo de la lucha por el poder para afirmarlo, como en Los Balcanes o la Primavera Árabe, para que todo siga igual.

Más allá de la conjetura, el hecho es que el Estado mexicano presenta dos fracturas por componer. Una se significa en el desplazamiento constitucional de la unidad política del mismo Estado, donde el interés público queda ensombrecido por intereses privados. Intereses privados, que según la ideología económica anarquizante, hacen del mercado el factor único de abundancia económica y armonía social, ignorando el doble filo del interés particular que se expresa mórbidamente en la corrupción y el crimen.

La otra fractura del Estado es la fragmentación del poder desde una democratización de papel, que no alcanza la realización de un cambio de vida para mejorar, que ha servido para consolidar a la clase política sin preocuparse de la formación de ciudadanía. Fragmentación del poder donde la alternancia y el pluralismo, sin advertirlo, han servido de plataforma en la expansión de la delincuencia y la violencia no importando el nivel de gobierno.

Lo importante es componer al Estado mediante la reconstitución de su unidad política, pues para ese propósito el mercado y la fragmentación del poder no nos sirven, pues la dignidad de la vida está primero.

Pero no lo ven así nuestros políticos. Uno, López Obrador, se engalla promoviendo la renuncia del Presidente, desde la pura excepción pues la ley no lo admite. Vende la idea y no falta quien se la trague para después defecarla en las redes sociales y en la prensa. Peña Nieto no se queda atrás, compra la idea de un pacto nacional contra la inseguridad y la corrupción, cuando él mismo le ha dado la puntilla al pacto social establecido en la Constitución y ha fortalecido las condiciones prexistente de operación real de la corrupción y la inseguridad con las llamadas reformas que México necesita.


Teniendo los recursos,  el Ejecutivo no se atreve a hacer uso de los medios a su disposición. No me refiero a la violencia, sino a la estricta aplicación de la ley. Pero la excepción es un mal heredado del siglo XX, la ficción constitucional.
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