jueves, 8 de enero de 2015

Las dos narrativas

“Pero, como todos sabemos, cuando un maleficio aparece, ya no hay modo de contenerlo.”
Mijaíl Bulgákov.

El seis de enero del presente año, en términos políticos no vino cargado de dones. En el día ocurrieron acontecimientos contrapuestos para la llamada normalidad democrática. En Washington, D. C. el presidente Enrique Peña Nieto se reunía con Barack Obama, lo que ello quisiera significar. En ese mismo día se dio un enfrentamiento entre las fuerzas del orden y lo que queda de las autodefensas en Apatzingán, Michoacán. También ocurrieron los actos vandálicos de Chilpancingo, Guerrero, perpetrados por los maestros agrupados en la CETEG.

La coyuntura se sigue llamando Ayotzinapa, para comprenderla hay que salirse de ella, empezando por distinguir las dos narrativas que al día de hoy se confrontan. La narrativa reformadora, postulante de la unidad nacional, confrontada por la narrativa indignada que se siente a las puertas de la insurrección sin tomarse la molestia, todavía, de agrupar las ideas de una revolución. Toda una versión mexica de la disyuntiva luxemburguiana: reforma o revolución.

La narrativa indignada no forma un cuerpo de ideas porque hasta ahora no es más que la suma de todos los resentimientos (de negocios sin prosperar, maltrato laboral, despidos, etc.) La narrativa reformadora no se da cuenta de esa realidad y se mantiene en la cantaleta tecnocrática que ya nadie escucha.

Aspirar a salir de la coyuntura demanda poner por delante la perspectiva diacrónica, fuera del aquí y ahora, del ombligo coyuntural. Rebobinar -la gratuidad de un arcaísmo-  el proyecto reformador más allá del tramo de Enrique Peña Nieto, sino en su trayectoria temporal más extendida.

Antes de que la Unión Soviética ensayara sus reformas en la era Gorbachov, México ya había iniciado su Glasnost en 1977, así como su Perestroika en 1983.

El ciclo de la apertura política tenía objetivos muy claros. Fortalecer la capacidad de representatividad ciudadana en los partidos. Incorporar a las fuerzas disidentes dentro de la disputa política institucional. Formar una clase política altamente profesional, consagrada al servicio público. Al final del día, después de sucesivas reformas, la representación de la ciudadanía se ha degradado por políticos que representan, primero, a sí mismos, después a su familia, enseguida a su grupo político, al partido, a poderes fácticos y muy al final a la ciudadanía. El resultado demoledor de las reformas políticas ha sido la reconstitución de la clase política corrupta. Se entiende porque ahora se vuelve atractiva la política por fuera de la legalidad.

La reforma económica empezó con la reprivatización de la banca. Los objetivos muy claros, descansar en la empresa privada el funcionamiento de la economía. El libre mercado bajo los principios de productividad y competitividad se encargaría de generar la riqueza. Al final del día qué es lo que tenemos. Una economía sin desterrar las prácticas fraudulentas y monopólicas, el contratismo y la entrega de concesiones de mano de la corrupción. Y lo peor que pudo suceder: las actividades delictivas como un modo extendido y boyante de hacer negocios. La consecuencia es desoladora: violencia y persistencia de la pobreza.


Sin reconocer los yerros cometidos no hay futuro.
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