viernes, 21 de noviembre de 2014

Ira y excepción

Primero escribiré sobre la gran marcha de ayer y después atenderé el título a esta entrada del blog.

La marcha de la alegría, una fiesta popular con un mensaje: demanda de justicia. 20 de noviembre de 2014.

16:30 El Ángel de la Independencia se empieza a poblar.
17:10 Sale el primer contingente. A la espera, rituales de arcana significación se representaban al pie de conmemorativo monumento.
17:20 Increíblemente, mejor, inoportunamente aparece un contingente de Morena, como si ignorarán quién es Lázaro Mazón, padrino de José Luis Abarca, autor intelectual de la desgracia que convoca multitudinaria reunión.
17:25 Un contingente encapuchado al que se le exige descubrir el rostro. Se justifican: nuestra vida en Guerrero corre peligro ¿Y aquí no?
18:00 Los contingentes seguían incorporándose a la marcha y mejor iniciamos el recorrido. Desde este camino por la avenida Reforma, sorprende una marcha de la clase media (le dirá algo al gobierno) Pueblo, lo que se dice pueblo, el de los amolados, el contingente que vino de Guerrero. Sin vestirse de negro, rural y colorido; consignas recicladas: “el que no brinque es charro” se coreó como “el que no brinque es Peña”. Consignas sentidas, llevando a la gracejada y después a la carcajada. Para mí, el grito de fuera Peña no me salía y se quedaba en la garganta pues las consecuencias de tal solicitud no me convencen, pero cómo lo repitieron, al igual que el conteo del 1 al 43.
19:35 En el embudo de la calle 5 de Mayo, los que querían entrar al Zócalo y los que ya estaban saliendo.
19:50 El último orador de Ayotzinapa.
20:00 Comienza el jaleo y mejor nos vamos para alcanzar la estación del metro Eje Central. El zafarrancho final quedó atrás, el mensaje sin vuelta de hoja quedó afirmado: Justicia.

Pareciera que el reclamo de justicia floreció con los desaparecidos de Ayotzinapa. Se trata de una demanda ancestral, al menos desde el tiempo del México colonizado por España.

No hace mucho, considerando la valoración del tiempo en la historia, hace veinte años un candidato a la Presidencia dijo que México tenía sed de justicia. Lo mataron ¿Les dirá algo a los priístas? Por mí parte ya lo he dicho, la cuestión de la justicia está pesada: si los expedientes de la injusticia volaran en éste país nunca más volveríamos a ver el sol.

La realización de la justicia nos debería congregar, fortalecer. A las élites les resulta banal, siempre y cuando no se afecten sus intereses. Hágase la justicia en los bueyes de mi compadre. Perturba al presidente Peña Nieto el ambiente actual de México, al cual llama desestabilizador, sugiere que está provocado por quienes resultaron afectados por sus reformas: ¿Los gobernadores? ¿Elba Esther Gordillo? ¿Carlos Slim? Y tiene cuidado de no aludir a los beneficiarios: ¿Televisa? ¿Grupo México? ¿Juan Armando Hinojosa Cantú?

Hay un pleito en la cima que hace colisión con la injusticia estructurada que padece la población. La imagen del gobierno es de desprestigio. En las últimas intervenciones públicas del Presidente, a su regreso del Lejano Oriente, en el oscuro de sus ojos chispea el fuego de la ira. Pues cómo no, el gran transformador trastabilla ante el clamor de justicia e instruye a la PGR para que resuelva. El daño es más profundo y no está al alcance exclusivo de diligencias judiciales. El daño al Estado se llama excepción, la ley suspendida y sin aplicar al momento de la actuación del aparato del Estado.

Tlatlaya, 30 de junio de 2014, una patrulla militar ajusticia a veinte presuntos delincuentes. Es el día que se desconoce públicamente bajo qué norma e instrucción escrita se actuó de esa manera ¡Excepción!

Iguala, 26 y 27 de septiembre de 2014, la policía reprime un “brigadeo” estudiantil y desaparece a 43 normalistas. Es el día que se desconoce públicamente bajo qué norma e instrucción escrita se actuó de esa manera ¡Excepción!

Todavía no estoy convencido de que estos sucesos letales configuren un crimen de Estado, lo que no me queda duda es que se trata de traición al Estado y me causa horror el que no se actúe de manera expedita para reparar dicha traición. Será, tal vez, que la excepción se ha implantado para sustituir a la norma. Recuerdo que uno de los primeros actos de Ernesto Zedillo, que ahora habla de falta de Estado de Derecho, fue el de descabezar a la Corte ¡Excepción!; Vicente Fox siempre actuó como empresario, contrario a lo que obliga el servicio público ¡Excepción!; Felipe Calderón inventó la guerra con el crimen organizado y desde entonces comienza la cuenta dura de muertos y desaparecidos ¡Excepción!




(No está por demás volver a la recomendar a Giorgio Agamben: el volumen de inicio Homo Sacer y una de sus continuaciones, Estado de excepción.)


martes, 18 de noviembre de 2014

Del consenso a la polarización

Octubre y noviembre de este año han sido meses de movilización social, fruto del hartazgo más que de un cuerpo de ideas profusamente difundidas en la perspectiva de una revolución. Resentimiento germinado en la exaltación del individuo a través del mercado. No hay ideas, es una lucha abierta por el poder en la cual falta interpretar el silencio de gobernadores y alcaldes.

En el campo de la opinión publicada, el gobierno federal ha sido vapuleado. Todos sus recursos, los del gobierno, le han servido de muy poco, revelador de un aparato público en plena desarticulación, incapaz de enfocar su interés de sobrevivencia ante la emergencia, lejos de atender a cabalidad los compromisos institucionales del servicio público. El gobierno en su conjunto –niveles y poderes- es una maquinaria que, según hace tiempo confeso el ex presidente Miguel de la Madrid, se encuentra aceitada por la corrupción.

Una vez le pregunté a un funcionario de la desaparecida secretaría de la función pública qué ocurriría si el incumplimiento de las normas por parte de los servidores al servicio del estado fuera efectiva y eficazmente sancionado. Su respuesta fue: se paralizaría el gobierno. De ese tamaño es el mal.

¿Qué clase de régimen tenemos? Constitucionalmente, una república. Pero de acuerdo con mi querida Mary Shelley, las instituciones republicanas reducen las diferencias de clase entre los habitantes del país que las adopta. Los datos sensibles me dicen que no es el caso de México. Aquí el régimen es oligárquico, sólo por un breve periodo (1934-1940) se hicieron esfuerzos reales por fortalecer la república.

Y no hablemos de los grandes escándalos surgidos al calor del uso indebido del servicio público, de eso nos enteramos hasta el cansancio y sin pausa. Y qué decir de las pillerías no publicitadas que se cometen a diario. Recursos públicos que se sustraen del erario para engordar carteras, que cuando se llegan a descubrir se les oculta de inmediato y aquí no ha pasado nada. Recursos también utilizados para obtener favores sexuales o estúpidamente aplicados para proporcionar chofer y vehículo para trasladar a los hijos menores de funcionarios. En la burocracia se ve tan normal, es un derecho “adquirido” al puesto. De nada han servido auditorías, contralorías, ni el servicio profesional de carrera. La norma reducida a construir el teatro de la simulación.

En el extremo, ni al disimulo se recurre. No se puede entender de otra forma que haya sido la policía la que desapareció a los 43 normalistas de Ayotzinapa, como tampoco el proceder de los militares en Tlatlaya. Al menos no se han hecho públicas las instrucciones escritas sobre las cuales “amparar” tan desgraciados sucesos. Son la biopsia que detecta el cáncer que abate las instituciones, de la discrecionalidad a la corrupción, de ahí en adelante la vida no vale nada.

La condición del gobierno, en su conjunto, es delicada, el amago de hacer el uso de la fuerza en las actuales circunstancias es signo del deterioro en que se encuentra. Al gobierno nadie lo va a rescatar, para salir de esta situación tiene que disponer de acciones con resultados inmediatos en un escenario que ha cambiado diametralmente: del consenso a la polarización.




“Velad día y noche por el bienestar de todos. Sed señores de nombre y a la vez servidores de la libertad del pueblo. Elegid el primer puesto en la fila de los combatientes y no en los banquetes. No cojáis nada para vosotros; pero derramad dones sobre todos.” Así conminaban al emperador Juliano. (Ibsen, Henrik. Emperador y Galileo, ediciones Encuentro, 2006)
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