“más que lo históricamente
exacto, lo simbólicamente verdadero.”
Jorge Luis Borges
Un sábado primero de diciembre,
con cielo despejado, fue el día de la asunción como presidente constitucional
de Andrés Manuel López Obrador. Es el dato que sin intermediarios verifiqué, lo
demás lo he escuchado y leído al voleo. Nada nuevo acerca de lo que ha dicho
él, de lo que han dicho sobre él. AMLO de una sola pieza y con una gran
responsabilidad sobre sus espaldas y a la que están comprometidos
sinfónicamente sus colaboradores (eso creo). Decenas de miles se reunieron en
el centro histórico del país, México. Alegría jubilosa de los reunidos para
constatar el inicio de una administración más que quiere hacer historia
inclusiva para no estar demás.
Más allá de la demagogia de los
números -que también existe en interesadas proyecciones logarítmicas- de los
barruntos dictatoriales -que suponen venir a contrapelo de la elección más
democrática acaecida en las últimas décadas- y de los profetas de la
polarización -ciegos voluntarios ante la viva polarización documentada entre
ricos y pobres. Más allá de la emoción del evento sabatino, quiero destacar dos
ejes desde los cuales dar seguimiento al gobierno que empieza.
La redistribución de la riqueza
es una propuesta factible, de suma positiva, efectiva en gran parte del mundo
en los años cincuentas y sesentas (no sólo en México) Un entorno económico
donde las familias vivían con la certidumbre de un progreso paulatina y sostenido.
Dentro de la honestidad, sin recurrir al hurto. Hay que voltear la tortilla
para lograrlo. Hay que modular el funcionamiento de los mercados para que no se
constituyan en un gólem incontrolable y despiadado, que no se explayen bajo la
ley del cuchillo. El eje redistributivo tiene un gran consenso del cual se autoexcluyen
los dogmáticos del libre comercio.
El otro eje es más complicado y
escapa a la inmediatez de resultados, realizable en el largo plazo. Lograr que
la gente haga lo que desea sin atropellar los deseos de los otros. Un eje que
no se construye por decreto, ni solicitando propuestas canalizadas vía correo
electrónico. El eje de la llamada constitución moral, la cual prefería llamar
ethos. Éste sería el conjunto de valores conductuales socialmente adquiridos y
que obliga, por ejemplo, a no hacer trampa. Difícil porque se ha edificado a lo
largo de las décadas, y de al menos tres siglos, un constructo perverso acerca
de que la ley, la fe y la moral se hicieron para los pendejos. Lo que sí se
puede avanzar vía ejemplo de demostración, desde el gabinete presidencial y su
ejército de funcionarios, es mostrarnos de qué está hecha la constitución
moral.
Ha
iniciado la prueba del ácido y bien, me parece. El manejo respecto a los compromisos
adquiridos por la pasada administración respecto al aeropuerto en Texcoco y la
formación de una comisión de la verdad sobre los normalistas de Ayotzinapa.
Lecturas imprescindibles para
entender la cuarta transformación. El
proceso ideológico de la revolución de independencia de Luis Villoro, La ideología de la revolución mexicana
de Arnaldo Córdova y las estampas de Benito Juárez que dejó Fernando del Paso
en su novela Noticias del Imperio.