“Hablaré de las cuestiones como
las reformas, la grandeza de Rusia…¡Los dejaré boquiabiertos! ¡Sí!”
Dostoievski
El país de las grandes reformas
en el pasmo. Por más que no estén hechas para el corto plazo las reformas, si
generaron expectativas a lo inmediato de inversiones verdaderamente promotoras
del crecimiento económico, al menos para sacudirse la mediocridad que le
estigma. Si por la propaganda oficial fuera, la gente no cabría en tanta
felicidad reformadora. Vaya suerte, ahora que se toma el camino “correcto”,
estamos como Margarito ¡Lástima! La volatilidad financiera y la depreciación
del peso, la especulación para ser más directos, espantan los sueños guajiros.
Abierto el mercado de hidrocarburos ocurre el desplome de los precios del
petróleo. Mala pata.
Aparte del contexto económico
internacional adverso siguen sucediendo crímenes atroces, los ya emblemáticos
del sexenio: Tlatlaya, Ayotzinapa, Tanhuato. La democracia convive con reflejos
autoritarios a los que comedidamente, como a todo lo que le resulta incómodo al
gobierno, se le llama inercia, atribuibles a los viejos paradigmas y mitos
derruidos. Fuera de diagnóstico queda la inoperancia del Estado de derecho,
sobre la cual se desenvuelve una modernización retrógrada que estimula la
corrupción y la impunidad de siempre, paradigmática, como las relaciones peligrosas
del gobernante con las constructoras HIGA y OHL, dañado la imagen del
gobierno reformador.
Lo desafortunado se fortalece
cuando las investigaciones oficiales sobre crímenes y constructoras resultan
inconsistentes, mucho menos demoledoras, a los ojos del respetable. El gobierno
no despeja las dudas que se vierten sobre las investigaciones. Así ha sido
desde, pongamos por estar al tono, desde el 2 de octubre de 1968. Es la fecha
que no se ha esclarecido oficialmente la matanza en la Plaza de las Tres
Culturas. Eso sí, el gobierno insiste en advertirnos, a nacionales y al mundo
entero, sobre la amenaza del populismo.
Ya se propone, desde la más alta
autoridad, un enemigo imaginario sin antes haber derrotado al crimen
organizado, la corrupción y la impunidad.
Ya tenemos reformas, hemos
padecido crímenes con exceso de violencia ¿Qué hace falta? Tal vez haga falta
un cocodrilo.
Ya lo dijo el célebre citado “Y
las cosas fueron sucediéndose así, una tras otra”, hasta formar un episodio vergonzoso.
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En 1861, el Zar Alejandro II de Rusia decretó la emancipación de los siervos. Los eslavófilos, entre ellos Fiódor Dostoievski, tenían sus reticencias. El cuento, Un episodio vergonzoso, es un ajuste a la fantasía reformadora, mientras otro cuento, El cocodrilo, es una sátira a la Economía Política.