Tres actuaciones valen destacar
en los primeros meses del gobierno de Enrique Peña Nieto:
1 La acción conjunta de la
mayoría de la clase política para tener unidad de propósitos. Eso no se veía
desde 1987, la escisión cardenista del partido oficial, desunión que aposentó
del escenario desde el surgimiento del gobierno dividido en 1997. Hoy, a pesar
de que el partido gobernante no tiene la mayoría en el Congreso, existe la
disposición para elaborar propuestas conjuntas. 2 La discreción del clero
católico frente a las decisiones de los políticos, pues en los últimos años la
voz de la jerarquía eclesiástica era parte del griterío político, su nueva
actitud es de reconocer; 3 El regreso de las fuerzas armadas una disciplina que
no exige reflectores, la sobrexposición ante los reflectores de los medios por
efecto de la guerra de Felipe Calderón en contra del crimen organizado ha
desaparecido.
Son actuaciones que han
contribuido a darle fluidez al actual proceso de reformas y seguramente el
proceso llegará a su conclusión formal, aunque de sus consecuencias no estamos del
todo advertidos. Por ejemplo, casi todos celebran el desahogo del proyecto de
ley en materia de telecomunicaciones en la Cámara de Diputados, pero nada
garantiza que las empresas de televisión abierta dejen de producir porquería
sobre la que también se instruye la mala educación, no todo es culpa de Elba
Esther Gordillo y su sindicato.
La historia reciente en relación
a la educación pública y los normalistas tendría que revisarse para estar
prevenidos. Durante la década de los ochentas del siglo pasado, la movilización
del magisterio tenía en jaque a la ciudad de México. Al respecto se tomaron dos
decisiones hasta cierto punto inútiles: el descabezamiento de Carlos Jongitud
Barrios y la descentralización de los servicios educativos. Su utilidad estuvo
en la rentabilidad política pero no es evidente el beneficio para la educación
de niños y jóvenes. Se reforzó el arreglo perverso de intercambiar apoyo
político a cambio de mejoras económicas para los miembros del sindicato. El
SNTE se apropió de la educación, de los recursos destinados a la educación al punto
que el ingreso pasaba por tener un familiar dentro de la organización o de
plano las plazas eran puestas en venta. El colmo, profesores analfabetas cuyo
trabajo real ha sido el de seguir a sus líderes. Por eso padecemos hasta
campañas tontas para promover la lectura, porque los profesores no hicieron
bien su trabajo de enseñar y de formar hábitos. Si los profesores gastaran una
proporción mínima en los libros que fortalecieran sus capacidades docentes y
humanísticas seguro la industria editorial estaría boyante. Y ya no hablemos de
la gran simulación acordados para la calidad educativa.
Es de esperarse que tanta reforma
no se congestione o terminará mal digerida y sin provecho. Hace diecinueve años
estaba concluyendo un proceso reformador vigoroso en el plano de la
liberalización económica, todo parecía correr sobre rieles y de repente, de
manera espantosa nos dimos cuenta de que se falló en la ley fundamental de todo
sistema, la protección de sus integrantes. Luis Donaldo Colosio fue asesinado y
la verdad desnuda es que el sistema falló.
Cómo es que el sistema siempre
tan eficiente tenía un descalabró de tal naturaleza. Es entendible a la luz de
un proceso reformador que le dio plena confianza a la iniciativa privada para
llevar sobre sus espaldas el desarrollo del país. El defecto de ese proceso y
de lo que ha seguido después es no considerar que para toda reforma realmente
exitosa se requiere en primer lugar reducir la desigualdad social. Si las
reformas no logran poner en orden intereses particulares o de grupo sus
consecuencias jugarán en contra de los resultados esperados. De ahí la duda
razonable que se refuerza cuando uno escucha a los diputados en tribuna en su
fervorín lleno de clichés, frases hechas o lugares comunes, su articulación
está limitada a los golpes de pecho y al léxico que encuadra la obsesión
macroeconómica.
Reformas de largo aliento deben
dejar en claro su incidencia en la reducción de las desigualdades sociales ¿O
no?
(Nos leemos después de los ritos
simbólicos que nos cuentan el juicio, el sacrificio y la resurrección de Jesús convertido
en Cristo)