martes, 27 de febrero de 2018

A consideración

“Lo único que vale es nadar en lana, sin salir trasquilados.”
Fernando del Paso

En el antecierre de este mes de febrero. Entre desvío de dineros públicos, triangulaciones inmobiliarias y líderes a redimir, López Obrador provocó a los opinadores. El martes 20 de febrero de 2018, durante la aceptación de su candidatura presidencial por parte de la asamblea del Partido Encuentro Social, AMLO esbozó una propuesta de encargar a especialistas la elaboración de una “Constitución” o “Código moral”. La propuso ante la audiencia de un partido confesional y disparó los reflejos anticlericales y de no creyentes, así haya condicionado la especie sobre el fundamento y respeto a la libertad de creencias.


Para mi sólo abrió una conversación sobre la moral sin atreverse a definir linderos y alcances, esto es, abundar sobre la justificación de la propuesta, que la tiene. Vivimos en un país donde preferimos pedir perdón a pedir permiso. En el cual la política, los negocios y el uso de la tecnología operan generalmente desde la amoralidad. Un país donde el cristianismo puso en un mismo paquete la iglesia, la moral y la religión. Día con día se afirma en México, también en muchas otras partes del mundo, el consenso de que la moral es un árbol que da moras (afirmación que se le consigna a Gonzalo N. Santos) Pero la moral es mía y nadie se meta con ella, así se asume. La moral se individualiza, se privatiza, siendo que es un bien público o compartido, no funciona en solitario, se da en pareja y empareja, Tú y Yo, Nos-Vos.

Hasta dónde la Ciencia Política y la Economía pueden aportar a esta conversación está por dilucidarse, pues han construido sus teorizaciones sobre la base de una orgullosa autonomía respecto de la moral. En cambio, a partir de la Filosofía se ha hecho el trabajo más arduo por separar a la moral de la iglesia y la religión. La Sociología nos conduce al cómo se difunden los valores. La Sicología trabaja la veta de los constructos. La Antropología nos da la perspectiva de la diversidad cultural. Y no es un tema para dejar en manos de los especialistas solamente.


A lo expuesto con brevedad se suma la oportunidad de debatir de cara a la realidad social descompuesta. Descomposición cifrada en el horror de las estadísticas sobre la comisión de homicidios dolosos en lo que va del presente siglo. Cuando se informa sobre los recursos públicos malversados. Cuando se difunden transacciones económicas fraudulentas o basadas en el engaño. Cuando, en un ejemplo local, de no pocos automovilistas que residen en la Ciudad de México, tramitan sus placas de circulación en otros estados para evitar la verificación vehicular o la afectación de las fotomultas. Ante esta selecta cuenta de perlas cabe expresarse con indignación ¡No hay moral! 
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