Dedicado al profesor universitario Arnaldo Córdova, que ha insistido sobre el tema en sus artículo dominicales de La Jornada, también al embajador de Estados Unidos en México, Carlos Pascual, teórico del Estado fallido.
Los turbulentos días que vive México son el resultado de la incapacidad de las élites y la sociedad para ponerse de acuerdo y modificar el régimen de la revolución mexicana, con el propósito de ofrecer un nuevo orden en el que todos se sientan incluidos. Desde 1983, de manera sistemática, la crema y nata de los empresarios, sustentados en la genuflexión de los gobernantes en turno, se han dedicado a cambiar un orden. Enmiendas a la Constitución, leyes, reglamentos y decretos que no han podido destruir, pero sí obstruir, la complejidad elaborada por el Constituyente de 1917. Se ha llegado a una situación donde la Constitución si no se cumple, se finge. En el meollo del verbo fingir: Dar a entender lo que no es cierto (RAE).
Los derechos de los trabajadores se eluden. El derecho a la educación se pervierte. El derecho a la salud es un artículo de lujo. La rectoría del Estado el precepto constitucional más violado por el Presidente de la República. Y así se podría seguir. La estructura de poderes es de un fingimiento que no tiene límites. El Presidente finge gobernar para todos. Los legisladores fingen ser representantes populares. Los jueces fingen impartir justicia. Si ese es el verbo, qué se puede esperar. Pues fingir que en México realmente opera en el mercado la ley de la oferta y la demanda. Los monopolios, las licitaciones, el fraude impune y la vista gorda de la autoridad, son negación del mercado en beneficio de 400 corporativos.
Se jura respetar la Constitución y en el estado de Chiapas el gobernador, los presidentes municipales y el congreso local ya decidieron ampliar su mandato para ajustar las elecciones locales a las federales. El apego a lo que manda el precepto constitucional obligaba a realizar el ajuste reduciendo el mandato por venir no aumentando el vigente. Tal como ocurrió en el estado de Michoacán. Se vive el Estado fingido.
En el municipio de San Pedro Garza García, en Nuevo León, territorio que se autoproclama de avanzada nacional, el presidente municipal Mauricio Fernández, ése que de joven fumaba mota y ya después se decía dispuesto a pactar con el crimen organizado, el sábado pasado juro respetar la Constitución y desde ese mismo día ha dado muestras de violentarla, de estar dispuesto a incurrir en la ilegalidad con tal de combatir la delincuencia. Un escándalo del cual todos están enterados menos Felipe Calderón, la PGR y la Suprema Corte de Justicia, pues estos entes, entelequias sería más correcto, no se han pronunciado al respecto. Cuatro personas ejecutadas son halladas dentro de un vehículo en un barrio de la ciudad de México que pertenece a una delegación gobernada por el PAN. Nada extraño dentro de la violenta normalidad. Lo curioso es que el hallazgo de la policía ministerial capitalina era un hecho conocido y difundido por el edil Fernández horas antes. Es el momento que el tempestuoso sampetrino no es investigado de oficio. Otra muestra de que el Estado fingido es una realidad.
El incendio ha iniciado y no se ven los bomberos. Acaso nos tocará ver a una oligarquía que beba de su propia sangre.
Los turbulentos días que vive México son el resultado de la incapacidad de las élites y la sociedad para ponerse de acuerdo y modificar el régimen de la revolución mexicana, con el propósito de ofrecer un nuevo orden en el que todos se sientan incluidos. Desde 1983, de manera sistemática, la crema y nata de los empresarios, sustentados en la genuflexión de los gobernantes en turno, se han dedicado a cambiar un orden. Enmiendas a la Constitución, leyes, reglamentos y decretos que no han podido destruir, pero sí obstruir, la complejidad elaborada por el Constituyente de 1917. Se ha llegado a una situación donde la Constitución si no se cumple, se finge. En el meollo del verbo fingir: Dar a entender lo que no es cierto (RAE).
Los derechos de los trabajadores se eluden. El derecho a la educación se pervierte. El derecho a la salud es un artículo de lujo. La rectoría del Estado el precepto constitucional más violado por el Presidente de la República. Y así se podría seguir. La estructura de poderes es de un fingimiento que no tiene límites. El Presidente finge gobernar para todos. Los legisladores fingen ser representantes populares. Los jueces fingen impartir justicia. Si ese es el verbo, qué se puede esperar. Pues fingir que en México realmente opera en el mercado la ley de la oferta y la demanda. Los monopolios, las licitaciones, el fraude impune y la vista gorda de la autoridad, son negación del mercado en beneficio de 400 corporativos.
Se jura respetar la Constitución y en el estado de Chiapas el gobernador, los presidentes municipales y el congreso local ya decidieron ampliar su mandato para ajustar las elecciones locales a las federales. El apego a lo que manda el precepto constitucional obligaba a realizar el ajuste reduciendo el mandato por venir no aumentando el vigente. Tal como ocurrió en el estado de Michoacán. Se vive el Estado fingido.
En el municipio de San Pedro Garza García, en Nuevo León, territorio que se autoproclama de avanzada nacional, el presidente municipal Mauricio Fernández, ése que de joven fumaba mota y ya después se decía dispuesto a pactar con el crimen organizado, el sábado pasado juro respetar la Constitución y desde ese mismo día ha dado muestras de violentarla, de estar dispuesto a incurrir en la ilegalidad con tal de combatir la delincuencia. Un escándalo del cual todos están enterados menos Felipe Calderón, la PGR y la Suprema Corte de Justicia, pues estos entes, entelequias sería más correcto, no se han pronunciado al respecto. Cuatro personas ejecutadas son halladas dentro de un vehículo en un barrio de la ciudad de México que pertenece a una delegación gobernada por el PAN. Nada extraño dentro de la violenta normalidad. Lo curioso es que el hallazgo de la policía ministerial capitalina era un hecho conocido y difundido por el edil Fernández horas antes. Es el momento que el tempestuoso sampetrino no es investigado de oficio. Otra muestra de que el Estado fingido es una realidad.
El incendio ha iniciado y no se ven los bomberos. Acaso nos tocará ver a una oligarquía que beba de su propia sangre.