martes, 10 de enero de 2012

Tiempo de facturas






Qué bonito. Cuando estamos en las semanas previas del inicio de las campañas por la presidencia en julio de 2012, Ernesto Zedillo abre la boca para pedir se respete la inmunidad que ostentó, por los actos de cuando era gobernante de México, al gobierno de los Estados Unidos. Mas bizarra no podría ser la solicitud, lo que nos da una idea de lo que entiende por soberanía. Olvídense de los prospectos para la presidencia, lo bueno está en el affaire Zedillo.





¿Por qué? Pues porque el Dr. Zedillo llegó bajo unas reglas informales del poder y de buenas a primeras decidió quebrantarlas. Contrajo una deuda con su antecesor y, sin más, decidió desconocerla. El menos avanzado en capacidad política del gabinete de Carlos Salinas de Gortari tomó, por infausto deceso, la candidatura del Partido Revolucionario Institucional. Desconoció a quien lo hizo presidente y en el primer desafío de gobierno tiró por los suelos la economía. Empezó mal el Dr. Zedillo, sin que se lo demandara la sociedad, menos su partido, entregó la procuración de justicia al Partido Acción Nacional. Cualquier desastre en esa materia no es casualidad, allí tiene su origen.





Zedillo decidió sacudirse a su antecesor aliándose con Bill Clinton. Atendió la crisis económica con millonario préstamo estadounidense y la hizo. México se recuperó. Antes de mantenerse con ese apoyo, encarceló a Raúl Salinas de Gortari y prácticamente mantuvo en el exilio al hermano del procesado. La gran maniobra con la que Ernesto Zedillo creyó derrotar su pasado priísta, fue la entrega de la presidencia a Vicente Fox y su partido, el PAN. La celebrada alternancia, que sólo los interesados y los ingenuos creyeron, no fue tal en tanto derrota del presidencialismo. Fox llegó a la presidencia por la voluntad de quien habitaba Los Pinos en ese tiempo. Antes del 2000, Zedillo tuvo que disminuir a su partido, fortalecer a los nuevos propietarios de la banca desnacionalizada. Y lo más amargo del ejercicio del poder, hacer uso de la fuerza, reprimir. La masacre de Acteal, en el municipio de Chenaló, Chiapas, en diciembre de 1997, fue un acontecimiento de marca antiinsurreccional (Recordemos la presencia todavía mediática del levantamiento de Los Altos de Chiapas) que no tuvo el debido proceso. Los acusados de entonces, buena parte, hoy están libres y fuera de la cárcel.





Esta página sangrienta tuvo su relectura cuando en septiembre del año pasado se interpuso una demanda civil en contra de Ernesto Zedillo en los Estados Unidos, ante la Corte de Connecticut, que le pide indemnización para los deudos de las víctimas y los sobrevivientes de Acteal. Ya el viernes pasado, el ex presidente y catedrático de Yale, solicitó a la mencionada Corte deseche la demanda no negando los hechos de Acteal, sino alegando la inmunidad que entonces gozaba. Lo entretenido está, es que hasta hoy se conoce públicamente que la cancillería mexicana, en una nota diplomática dirigida el Departamento de Estado (A la Sra. Clinton, para ser claros) pidió desde noviembre del año pasado, reconocer la inmunidad del ex presidente.





Así tenemos un suspense de facturas. Zedillo se negó a pagar factura y hoy presiona al gobierno de Felipe Calderón para cobrarle la factura por la graciosa entrega del poder a su partido.





Y lo que falta por ver.  


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