El relevo en la dirección del Partido Revolucionario Institucional no puede quedar distorsionado por la aversión o el desprecio que se predisponga hacia esa organización política. El PRI ha sido una institución nacional de trascendencia epocal, tan sobresaliente como otras instituciones, ya sea el Ejército o la UNAM. No existe organización política vigente que supere las magnitudes alcanzadas por ese partido. El PAN y el PRD todavía están lejos de lograr trascendencia, siguen siendo organizaciones subsidiadas por la cultura priísta. Incluso si toma uno en cuenta detalles nimios encontramos la genética del PRI. Hay que fijarse en como Manuel Espino y Leonel Cota Montaño hablan con el tonito de priístas de viejo cuño, hasta para mentir han aprendido a esconder el rubor.
Por eso es importante adoptar una perspectiva diferente, apreciar el cambio de los dirigentes en el PRI por su imbricación en los usos y costumbres de la política mexicana. Ya quedó demostrado que la alternancia no modificó grandemente el guión de la política mexicana, pese al esfuerzo por imprimirle una simbolización clerical y empresarial. Para adoptar una perspectiva diferente y radical se tendría que empezar no por considerar la desaparición del PRI, sino toda la constelación de partidos existente en la actualidad.
Entre los problemas que tiene el PRI se encuentra el relevo generacional, la última generación de jóvenes políticos se dio con Luis Echeverría. Desde entonces no se ha dado impulso a una nueva generación de políticos pues no se puede considerar a los tecnócratas una nueva generación de políticos priístas. Los tecnócratas provienen de una incubación exógena al PRI, que congeniaron por simple oportunismo y el tiempo les ha acercado el trapecio hacia el latido blanquiazul de su corazón. No son, ni han sido tricolores.
Pero un problema de mayor profundidad que tiene el PRI es que no ha sabido desarticular la leyenda negra que se construyó de su ejercicio del poder. Contenidos sobresalientes de esa leyenda negra lo constituyen la represión del movimiento estudiantil de 1968 y la posterior guerra sucia, los hechos de corrupción denostados por la clase media, los grupos empresariales y la derecha (denostación que palidece ante lo logrado por el foxismo en la materia) Todavía peor resultó para el PRI el haber incorporado la agenda neoliberal a las políticas públicas.
El PRI durante décadas tuvo el control de la agenda socialdemócrata del país bajo la modalidad idiosincrásica del nacionalismo revolucionario. El cambio de agenda sin consensar al interior de esa fuerza indicó la senda de la deserción, senda que más adelante se convertiría en traición abierta cuando se perdió la Presidencia de la República. Ideológicamente el último gobierno priísta terminó en 1982. La adopción del neoliberalismo no reconstruyó derechos sociales, compensatoriamente se abrieron los cauces democráticos que disminuyeron el autoritarismo. Cauces que no modificaron viejas prácticas ejecutadas ahora por otros actores. Mientras tanto, la leyenda negra persiste: el PRI como el principal problema del país.
Lo que suceda en el PRI durante su relevo puede ser el inicio de una nueva forma de hacer política para México y de ello dependen el conjunto de las fuerzas políticas. Del PRI depende construir una nueva coalición socialdemócrata que no está suficiente representada en sus brazos corporativos. Corporaciones que tienen su fortaleza no en su identidad con el PRI, sino por su inveterada subordinación al presidente en turno.
Entre tanto, el presidente surgido del PAN, Felipe Calderón, se aficiona en el uso de disfraces. En la mañana Chiva, al mediodía militar y por la tarde funcionario. Lo típico de un presidente priísta.
Por eso es importante adoptar una perspectiva diferente, apreciar el cambio de los dirigentes en el PRI por su imbricación en los usos y costumbres de la política mexicana. Ya quedó demostrado que la alternancia no modificó grandemente el guión de la política mexicana, pese al esfuerzo por imprimirle una simbolización clerical y empresarial. Para adoptar una perspectiva diferente y radical se tendría que empezar no por considerar la desaparición del PRI, sino toda la constelación de partidos existente en la actualidad.
Entre los problemas que tiene el PRI se encuentra el relevo generacional, la última generación de jóvenes políticos se dio con Luis Echeverría. Desde entonces no se ha dado impulso a una nueva generación de políticos pues no se puede considerar a los tecnócratas una nueva generación de políticos priístas. Los tecnócratas provienen de una incubación exógena al PRI, que congeniaron por simple oportunismo y el tiempo les ha acercado el trapecio hacia el latido blanquiazul de su corazón. No son, ni han sido tricolores.
Pero un problema de mayor profundidad que tiene el PRI es que no ha sabido desarticular la leyenda negra que se construyó de su ejercicio del poder. Contenidos sobresalientes de esa leyenda negra lo constituyen la represión del movimiento estudiantil de 1968 y la posterior guerra sucia, los hechos de corrupción denostados por la clase media, los grupos empresariales y la derecha (denostación que palidece ante lo logrado por el foxismo en la materia) Todavía peor resultó para el PRI el haber incorporado la agenda neoliberal a las políticas públicas.
El PRI durante décadas tuvo el control de la agenda socialdemócrata del país bajo la modalidad idiosincrásica del nacionalismo revolucionario. El cambio de agenda sin consensar al interior de esa fuerza indicó la senda de la deserción, senda que más adelante se convertiría en traición abierta cuando se perdió la Presidencia de la República. Ideológicamente el último gobierno priísta terminó en 1982. La adopción del neoliberalismo no reconstruyó derechos sociales, compensatoriamente se abrieron los cauces democráticos que disminuyeron el autoritarismo. Cauces que no modificaron viejas prácticas ejecutadas ahora por otros actores. Mientras tanto, la leyenda negra persiste: el PRI como el principal problema del país.
Lo que suceda en el PRI durante su relevo puede ser el inicio de una nueva forma de hacer política para México y de ello dependen el conjunto de las fuerzas políticas. Del PRI depende construir una nueva coalición socialdemócrata que no está suficiente representada en sus brazos corporativos. Corporaciones que tienen su fortaleza no en su identidad con el PRI, sino por su inveterada subordinación al presidente en turno.
Entre tanto, el presidente surgido del PAN, Felipe Calderón, se aficiona en el uso de disfraces. En la mañana Chiva, al mediodía militar y por la tarde funcionario. Lo típico de un presidente priísta.