jueves, 8 de septiembre de 2022

El odio, la división

Quien considere que la transformación en curso ya está resuelta se engaña. Esto apenas ha comenzado. Es así porque hay estructuras intactas que le restan fluidez al cambio, como el continente judicial y el archipiélago de las autonomías, además de la natural y entendible condición de la oposición partidista. La resistencia al cambio también ocurre por intereses muy específicos o de grupo de estatus. Esto se amplifica cuando las diferencias en el campo de la política -el del acceso o influencia a las decisiones del poder político- sin discernirlas del todo se trasladan a la sociedad dando origen a la espiral de odio. Aparte de la contribución de segmentos de la prensa, la radio y la televisión para transmitir el sentimiento de odio, esto tiene un efecto multiplicador hormiga en esquemas de interacción como el WhatsApp, entonces la transmisión del odio se hace contagiosa y casi invisible pues no se trata de una red abierta sino de círculos cerrados, de vecinos o familiares principalmente. Allí la información deja de tener valor o sólo lo tiene si convierte en el vehículo del odio.

(En la modernidad temprana destaca el odio por motivos religiosos, posteriormente la colonización generó el odio racial. Ya en pleno siglo XX, el nazismo promovió el odio hacia los judíos, el fascismo hacia los comunistas)



Sería un exceso autocomplaciente decir que la identidad de izquierda es inmune al virus del odio. De manera recalcitrante hacia los propios grupos o partidos que se afirman dentro de algunas variantes de la mencionada identidad. Es más, es un lugar común la apreciación de que la izquierda es el peor enemigo de la izquierda. Por eso ha sido un milagro el hecho de que MORENA hay unido a la izquierda y atraído identidades que se deslindaron de la derecha, para sobre esa base cosechar triunfos electorales sustentados en una plataforma sencilla:

Educación, salud y seguridad como responsabilidad ineludible del Estado. Nada novedoso, por cierto, la cual ha logrado captar el apoyo popular frente a otra plataforma que se impuso desde al año de 1983, fincada en la privatización y en la diversificación de los poderes constitucionales más allá de los conocidos -Ejecutivo, Legislativo y Judicial- como lo son las autonomías sin representación popular directa y dispuestas para acotar al Ejecutivo sustrayéndole atribuciones, al servicio de monopolios y otros grupos de interés económico, partidista y de estatus.

Con todo lo avanzado por la 4T, mucho e insuficiente, en MORENA una vez abierto el juego del palenque sucesorio, éste ha traído posicionamiento desbordados con expresiones de encono en redes y medios digitales afines al movimiento: “lo odio”, “no lo soporto”, “me choca”, al grado de amenazar con negar el voto a su propio partido si no resulta agraciada por la encuesta la candidatura de sus simpatías. No les ha complacido el compás de espera de la encuesta, les parece una eternidad. Insisten en meter al presidente López Obrador en la sucesión y él les reitera: no daré señal de favoritismo. En contrario, no faltan morenistas que se la pasan en vela buscando una señal presidencial que suelte la “bufalada”.

Falta mucho por hacer, la reforma al poder judicial, por ejemplo, que ya no fue en este sexenio. Por delante están las contiendas de Coahuila y el Estado de México, después las elecciones federales que disputan la presidencia y el congreso sin caer en la zanja del gobierno dividido, así como las locales que se empaten con la anterior. El bloque conservador no ha desaparecido, ni desaparecerá. La serie de intereses afectados se mantienen alineados para seguir alentando la espiral del odio, a la espera de desatar la barbarie a la primera oportunidad.

 


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