“Nubes imperecederas, alcémonos,
visibles en nuestra brillante apariencia húmeda, desde nuestro padre Océano, de
profundo estruendo, hasta las cimas de altísimos montes cubiertas de árboles,
para que contemplemos las atalayas que se divisan a lo lejos, los frutos y la
sagrada tierra bien regada, el cadencioso martillo de los divinos ríos, y el
mar que con sordo fragor resuena; pues el ojo incansable del Éter resplandece
con sus brillantes rayos. Ea, sacudamos de nuestra forma inmortal la lluviosa
niebla, y contemplemos, con mirada que mucho abarca, la tierra.”
Aristófanes
A pregunta expresa de un
periodista, en un encuentro para informar sobre los trabajos de reconstrucción a
consecuencias de los sismos del 2017, dirigida a Peña Nieto sobre la sucesión
presidencial, éste con aplomó hierático invocó a la liturgia de su partido como
forma y método para seleccionar al candidato del PRI. Sin tomar conciencia
plenamente del hecho, pero sí de lo dicho, por instantes el presidente se
despojó de su máscara de político moderno y transformador, se ciñó al rostro la
máscara de conservador autoritario. El mensaje, para quien quisiera tomarlo,
fue claro: decido yo y los priístas se adhieren. La breve historia reciente de
deliberación al interior del PRI concluyó. Así se enredó Peña en la sucesión,
como integrante del PRI (parcialidad política) y la máxima representación
nacional que tiene como presidente de México. Enrique Peña Nieto es ya una nube
agregada a la tormenta perfecta anunciada por Jorge G. Castañeda.
Rayos y centellas lanza la nube
llamada Enrique. Lo que hacen Meade, sus coordinadores, sus múltiples voceros y
el presidente del PRI es repetitivo, demagógico y pendenciero. Tiene que ser
reforzado por una voz presidencial de advertencia para atajar por los cuatro
puntos cardinales la postulación morenista de López Obrador a la presidencia.
En la sobrerreacción declarativa difusora del temor, del miedo y la angustia le
alcanzará para ocultar el malestar social causado por los reformadores y del cual se
prende AMLO para sustentar su campaña. Malestar social que no es de un grupo o
clase social, ni de alguna región. Es un malestar en contra de sucesivos
gobiernos dedicados a satisfacer los intereses de una minoría.
La publicidad política y
gubernamental se empeña en cantar cosas buenas, distraer la atención de un
proyecto ensañado en la exclusión, dispuesto a sepultar los insuficientes
logros de la revolución mexicana. De un proyecto que sucumbió a las tentaciones
de la corrupción y la impunidad, incapaz de revertir la desigualdad y la
pobreza. Y para colmo, se le fue de las manos la seguridad. Acaso los
candidatos del régimen, no sólo es Meade, esperan ser premiados con el voto
siendo que son autores del desastre.
De 1982 a la fecha, el último año
del presidente saliente ha sido de pesadilla. Tal vez Ernesto Zedillo salió
mejor librado porque evitó imponer al candidato de su distante partido y
colaboró, facilitó el ascenso del opositor. O sea, se salió con la suya. A
Vicente Fox le impidieron imponer presidente, igual suerte corrió Calderón.
Podrá Peña revertir la tendencia y devolvernos al pasado con una baraja de
candidatos del régimen.
El presidente Peña es parte de la
tormenta perfecta.