“Hitleriano: 2. adj. Partidario
de Hitler o de su doctrina. Apl. a pers., u. t. c. s.”
RAE
No falta semana en la que determinado dicho del presidente López Obrador, proyecto o programa de la 4T, sea motivo para lanzar una campaña en su contra. Peor aún si el pretexto es algún familiar del presidente. Esto responde a un diseño de grupos de poder (partidos, medios, academias, corporaciones empresariales) que se acostumbraron a relacionarse con gobiernos completamente a su servicio, de un ventajoso quid pro quo. Aquí no hay lugar a casualidad, les afrenta la identidad continua e inquebrantable del gobernante con el pueblo. Les encantaría un presidente de salón, entregado día y noche a una corte de aduladores y estafadores.
Existe un publicista, Carlos
Alazraki, propagador de odio por paga y por gusto, al cual se refirió el
presidente como hitleriano, el miércoles 29 de junio. Esa referencia que es común
en la discusión pública fue suficiente para desencadenar la campaña más
reciente en contra de AMLO. En esta ocasión, un escueto comunicado conjunto del
Comité Central de la Comunidad de México y Tribuna Israelita detonó la campaña.
¿Qué dice?
“La Comunidad Judía de México
rechaza el uso del término hitleriano para referirse a cualquier persona.”
Sin poner argumento sólido de por
medio que sustente el rechazo, como si borrar este adjetivo del habla pública
borrara la historia terrible del nazismo. Como si la amnesia y no la memoria
fuera garantía de la no repetición.
Y qué le vamos a hacer. Suprimir
la palabra de los diccionarios, de los libros de historia, ciencia política y
sociología. También habrá que suprimir la palabra estaliniano o polpotiano para
este propósito amnésico.
Continúa el comunicado:
“Toda comparación con el régimen
más sanguinario de la historia es lamentable e inaceptable.”
Como sostener cuál es el régimen
más sanguinario de la historia sin distinguir entre épocas y regímenes. El régimen
colonial de los anglosajones en América también puede aspirar a ser el más
sanguinario de la historia o la colonización del Congo por la monarquía belga.
Los reyes católicos, a quienes el papa les encargó la inquisición, acaso fueron
menos sanguinarios.
El tono dogmático del comunicado
es digno de un propagandista. Teniendo una luminosa vena en el judaísmo
ecuménico, la tiraron a la basura y prefirieron sumarse a los odiadores. Vaya
paradoja, lamentable e inaceptable.
Podrían conminar a su
propagandista a que tuviera tantita elegancia moral. Esa elegancia moral que le
solicitó Simone Weil a un empresario francés, para que dispusiera de mejores
condiciones de trabajo a los operarios de su fábrica.