Una de las dificultades para emprender los cambios en la actual administración federal son los compromisos adquiridos en campaña, no con la ciudadanía, sino con los actores políticos que allanaron el camino para mantener en el poder al partido gobernante Acción Nacional. Felipe Calderón, por ejemplo, aceptó el apoyo de Elba Esther Gordillo (cosa que no hicieron ni Roberto Madrazo, ni López Obrador) y no sabemos bajo qué condiciones. Si se trató de un intercambio de posiciones a cambio de votos. ¿A cambio de qué Calderón aceptó el caudal de votos que le facilitaron algunos gobernadores priístas? En ambos casos hubo una transacción zanjada en el corto plazo: ganar la elección presidencial. Nada que se parezca a un proyecto de nación común. Por eso los apoyos para conquistar la presidencia de la república no significaron un programa de cambios viable, menos un sólido respaldo social.
De los compromisos adquiridos por el presidente Calderón con el gran capital, estos sí encuentran lugar en la propuesta de cambios desde el inicio de la gestión y en la última versión del 2 de septiembre pasado. Es claro que hay empatía entre el gobierno y un grupo selecto de empresarios, el problema es que no se ha podido vestir de proyecto de nación los cambios propuestos por esa alianza. Por más publicidad gubernamental que se ponga de por medio, las propuestas no quedan respaldadas por la oposición política institucional, ni por la población en su conjunto. De ahí que no emerja el consenso sobre el cual soportar las medidas propuestas.
Ya se decía que la agenda de cambios tiene su prueba de fuego en la respuesta de la oposición parlamentaria. Por lo pronto, el paquete económico no ha sido bienvenido. Respecto a los movimientos en el gabinete, inicia remociones en la PGR, PEMEX y SAGARPA, junto con la lista de sustitutos, que no ha convocado entusiasmo y sí visible desagrado. Qué ha ocurrido para que de manera tan inmediata la agenda expuesta en el “gran” discurso presidencial se opaque. Seguramente la agenda del cambio no tuvo una circulación previa con todos los actores involucrados en la institucionalización de las propuestas, producto más bien de un circulo pequeño que tal vez contó con selecta consulta. Lo que se quiera encontrar o lo que faltó, más bien, un proceso efectivo de incorporación de actores clave para impulsar los cambios. Una de dos, o el secretario de gobernación no hizo su chamba o no se la dejaron hacer.
En todo caso no es culpa de Fernando Gómez Mont, sino de su jefe, quien por ser desconfiado y orgulloso no se atreve a encarar la realidad de su mandato. Un mandato cuestionado de origen y que el 5 de julio pasado se confirmó con creces al no alcanzar el PAN mayoría en el Congreso y ser barrido por el PRI. Qué le dijeron las elecciones a Calderón –no las encuestas, nótese: que la mayoría de los ciudadanos no aprueban los resultados de su gestión. Administración que ya está marcada por la violencia del crimen organizado, la crisis económica, el desempleo, la influenza AH1N1 entre otras cosas. Pero el Presidente no escucha e insiste en continuar el camino que se trazó, no le importa el riesgo de que la recesión se convierta en estancamiento.
Tras su convocatoria al cambio Felipe Calderón se encuentra atascado, sin habilidad para dirigir la orquesta de la política nacional. Es su problema. Lo malo es que puede atascar a todo el país. Y ese será nuestro problema.