jueves, 3 de diciembre de 2020

Trabajadores

Son los trabajadores mexicanos un factor real de poder en estado de latencia. Así los confinó el liberalismo económico.

Además de la acostumbrada sectorización en la que se encuentran separados los trabajadores, público y privado, agricultura, industria y comercio, jurídicamente se distribuyen por su adscripción a la ley laboral como trabajadores permanentes con derechos, subcontratados sin derechos completos y los asalariados de la economía informal en el desamparo total.

Cierto es que el esquema de los factores reales de poder -burguesía, clero, militares y trabajadores- nos remite al siglo XIX. Este enfoque vivió sus mejores tiempos al inicio de la posguerra en 1945, hasta el año de 1970, en coincidencia con la época dorada del capitalismo. En ella la voz de los trabajadores no sólo era escuchada, sino que tenía efecto sobre las decisiones de los gobernantes y los empresarios no podían eludirlas fácilmente, sobre todo en Europa.



La versión criolla, a la mexicana, tuvo su especificación en el México posrevolucionario con: el clero bajo un riguroso laicismo, los militares disciplinados al presidente, la burguesía respetuosa de la economía mixta y los trabajadores, del campo y la ciudad, empoderados. Estos últimos fueron la fuerza política de apoyo del régimen desde el gobierno de Lázaro Cárdenas, aunque en el correr de los años no fueron siempre bien correspondidos. Se les reprimía y se les utilizaba.

Esta ambivalencia del régimen, combinando conquistas laborales con antidemocracia sindical, encontró su inviabilidad con el surgimiento del sindicalismo independiente y de las organizaciones campesinas fuera del pacto corporativo en la década de los setentas. La fuerza de los trabajadores llegó más allá, en numerosas universidades públicas captó poderosamente la atención de sus académicos, explotando una apasionada atención por conocer (querer orientar) el curso de esta fuerza destinada a alcanzar más y mejores logros.

Al establecerse la locomotora del neoliberalismo todo comenzó a cambiar para los trabajadores, sus certidumbres quedaron amenazadas. Las reformas estructurales fueron instrumentadas como un despojo a lo alcanzado hasta entonces en beneficio de los trabajadores. El último gran proyecto de unidad y visión política fue el Movimiento Sindical Revolucionario, el cual se desbarató como espuma del mar al llegar los vientos neoliberales. De hecho, desde 1983 la continuidad de la lucha de los trabajadores tuvo como máxima y casi única expresión al magisterio.

El deterioro de los salarios mínimos, el nuevo sistema de pensiones, la legalización de la subcontratación, fueron de la mano con la disminución del protagonismo de las organizaciones. De manera destacada, un gremio como el de los ferrocarrileros, quedó prácticamente paralizado tras la privatización del sistema ferroviario. Los trabajadores de la aviación, mineros, electricistas de la CLyFC también fueron embestidos por los moditos tecnocráticos.

A este desastre ocurrido a los trabajadores organizados se agregó el choque de trenes sucedido con la reforma educativa. La minoría rapaz y su personero. Claudio X. González Guajardo, convencieron al presidente Peña de echar a andar una reforma onerosa para los trabajadores de la educación. Una victoria pírrica para la oligarquía, puesto que, una vez consumada la reforma en el 2013, comenzó a adquirir fuerza el movimiento opositor que ganaría las elecciones presidenciales del 2018. Y la reforma fue revertida.

Lo que uno ignora para el corto plazo se formula en una pregunta ¿Serán de nuevo los trabajadores factor real de poder?

lunes, 30 de noviembre de 2020

Empresarios

Desde la economía política se le ha dado al empresario una unidad conceptual como el sujeto que con dinero (inversión) se dedica a obtener más dinero, reinvertirlo, capitalizarlo. Con la revolución francesa los empresarios, que alguna vez fueron revolucionarios alteradores del orden, son visualizados como clase, idea que retomó la crítica de la economía política.

Ha llovido en más de dos siglos y hay que agregar otros elementos que se han ido acumulando. A los empresarios se les ha caracterizado ahorradores, austeros y devotos, también deseosos de parecerse a la aristocracia, compran títulos nobiliarios o forman dinastías. Inician su ciclo conservador.

Sabemos que por ese aliento de estar en competencia se dificulta a los empresarios desarrollar espíritu de cuerpo (iglesias, militares) puesto que se encuentran sectorizados en las actividades agropecuarias, industriales y de servicios. También les asiste la estratificación por empresa entre globales, grandes, medianas, pequeñas y micro. Desde que comenzó la desregulación de la economía en los años ochenta del siglo pasado ha crecido un empresario mostrenco en el espacio tolerado de la economía informal y el empresario negro, dedicado a las actividades delictivas que blanquea en empresas fachada y el sistema financiero.

Encontramos una variedad, una policromía empresarial que matiza la unidad conceptual puesta al principio.

Foto de Cristina Rodríguez, La Jornada en internet (30-11-2020)

Si nos ceñimos a México en un enfoque diacrónico, se distingue un antes y un después. Se anota que iniciado el periodo civilista (1946) de los gobiernos de la revolución mexicana, los empresarios se avinieron a convivir con el régimen de partido casi único. Fue hasta la confrontación con los presidentes Luis Echeverría y José López Portillo, cuando los empresarios decidieron elaborar una estrategia de poder no precisamente sustentada en la democracia liberal, sino a través de personeros (políticos y tecnócratas) dispuestos a protegerlos y a defender sus intereses particulares. Su estrategia se basó en promover las reformas estructurales, restando poder a las fuerzas sociales integradas en el pacto social corporativo que sostuvo al PRI. Estrategia que hizo legal desde 1982 lo que hasta entonces no estaba permitido.

Pónganse a revisar cada una de esas reformas y encontrarán un beneficiario directo: los empresarios. No importando las aberraciones en las que se incurrieran, ni en el grado de polarización social que se produjera. Ahora que se debate y se legisla sobre las subcontrataciones tenemos ante nuestros ojos una condición aberrante en la contratación de los asalariados, se introdujo una doble legalidad. Quedando los trabajadores divididos como sujetos de derechos, creando exclusión y precarizando la fuerza laboral.

Esas reformas estructurales tomaron otro paquete de reformas de acompañamiento, las reformas electorales que abrían el paso hacia la transición democrática. Eso se dijo. Destacados oficiantes de la ciencia política no vieron que la transición en marcha y efectiva estaba operando hacia la oligarquía. Esa oligarquía cuyo núcleo, aquí en casi todo el mundo, es la fusión del dinero y el poder (Canfora y Zagrebelsky) Quien podría extenderse en el asunto por ser actor de este atraso democrático y tener información de primera mano es Claudio X. González Laporte -ése que destapó a J. A. Meade como candidato a la presidencia antes que el presidente Peña y su partido. El empresario lleva meses muy calladito, fuera de reflectores, dejando como cancerbero de la oligarquía a su Jr.

Los empresarios, su condensado elitista más bien, puede que estén a disgusto con el actual gobierno. Los empresarios tienen que entender que con la democracia no se juega. Se agotó la mascarada que hacía ver democracia en la oligarquía. La democracia no puede evitar al pueblo, sería su muerte.

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