"Las transiciones falsas son un procedimiento de superficie más favorecido"
S. Kracauer.
Considerar prácticas
periodísticas como acciones pecaminosas es evidencia de que la división de la
sociedad y de las fuerzas políticas ha calado hondo. Pero acaso la división, la
diferencia, no es consustancial a la pluralidad y al juego democrático. O se
aspira a una homegeneidad medieval. Al hablar de pecados periodísticos se
coquetea con la retórica maniquea, del periodismo bueno (virtuoso) y el malo
(vicioso), da pie para escamotear el debate ideológico y ponerle velo a la
lucha por el poder. Por eso no pasa desapercibida la escritura periódica de un
personaje identificado con el régimen, como mi amigo José Carreño Carlón.
En siete pecados capitales de los medios (El Universal 14-01-2015) el artículo en cuestión hace una
advertencia hacia actores que juegan una comedia de enredos “que puede terminar
en tragedia”. Lo que signifique tragedia para el autor, tendría que ponerlo en
los términos de posibilidad para no caer en el “pecado” de estridencia que se
condena en el cuerpo del artículo.
El primer pecado enlistado es el
ejercicio de “la crítica del sistema político desde mentalidades de los años
setenta y ochenta del siglo pasado”. Yo me confieso a Dios de tener mentalidad
anticuada. Suena ridículo para una sociedad que aspira al debate público y
tiene como bien la libre circulación de ideas.
El segundo pecado de los medios
es la subordinación –clientelismo- a poderes políticos. El que esté libre de
pecado que tire la primera piedra. Llámesele vicio o pecado, la palabra certera
es atavismo y no veo al guapo que desaparezca tal práctica; el tercer pecado de
los medios es su sometimiento a poderes empresariales. Se evitó la señalización
específica, pero el simple hecho de plantearlo es evidencia de que hay
empresarios en desacuerdo con el gobierno. Más que pecado, se trata de una
lucha por la redistribución de recursos de parte de empresarios afectados por
las reformas.
El cuarto pecado sí es de
preocupar, se trata del financiamiento de medios a través de poderes
criminales. Esto no es pecado, más bien configura un delito y habría que
denunciarlo ante la autoridad competente; el quinto pecado es la adicción de los medios
a teorías conspirativas. De las cuales, creo yo, se podría conducir a una conflagración.
En manos del gobierno está en hacer de la transparencia el antídoto contra
supuestas conspiraciones; el sexto pecado, el enjuiciamiento desde los medios.
En lo personal me resultan desagradables esos tribunales paralelos pero son sucedáneo
ante el déficit en el Estado de Derecho; el séptimo pecado, ya lo mencioné, la
estridencia con la que se comunican las noticias. Un pecado de estilo
periodístico que siempre ha existido.
Dejando la retórica de los
pecados, el artículo deja implícitas dos informaciones a considerar: uno, hay
molestia del gobierno para con algunos medios; dos, es la lucha por el poder,
insalvable ante la redistribución de recursos e influencias que dictan las
reformas.
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En el ensayo Historia Las últimas cosas antes de las últimas (Las cuarenta, 2010) Siegfried Kracauer (1889-1966) nos invita a leer la historia como lo inacabado, en estado fluido. De ahí porqué los malentendidos y las ensoñaciones sobre la historia.