jueves, 29 de septiembre de 2016

Dos años después

“¿Acaso la amnesia gobierna el mundo?
Frédéric Richaud

Nunca una prensa tan cosmopolitamente provinciana. De acuerdo estoy, las corresponsalías y quienes opinan asiduamente sobre lo que pasa fuera de nuestras fronteras se dan vuelo con el debate entre Clinton y Trump, nada más propio a su experiencia y sensibilidad. Pero que de repente todos se sienten “opinadores” calificados de la política norteamericana me parece desproporcionado.

Nunca el combate contra la corrupción se vio tan desahuciado. La corrupción está en todas partes “y no hay alguien que pueda atreverse a arrojar la primera piedra”. Lo proferido por Enrique Peña Nieto también me resulta desproporcionado, peor aún, desesperanzador, sin parámetro de referencia. En segundos, el Presidente desdeño la inconformidad ciudadana de quienes están hartos y no están dispuestos a consentir a quienes se enriquecen a costa de los recursos públicos, se trate de altos funcionarios en el uso pecuniario de la ley o de empresarios beneficiados con licitaciones públicas a modo. Si no puede combatir la corrupción por lo menos que la encarezca, de inicio, confiscando el diez por ciento de los bienes de los corruptos que se han hecho millonarios.

Pero el tema es Iguala, los 43 desaparecidos de la normal rural de Ayotzinapa. Los sucesos del 26 de septiembre de 2014. Se tiene un documento histórico, el informe del entonces procurador de la república, Jesús Murillo Karam. Su fuerza, la del documento, las confesiones de algunos implicados directamente en los hechos, quienes están actualmente sujetos a proceso. ¡Ah! Nada más subjetivo que la Confesión de un asesino, sospecharía Joseph Roth. Lo que no está en el documento histórico, ni en el razonamiento judicial forzosamente, es la información que tenían autoridades federales sobre los desgraciados sucesos en tiempo real. Es como asegurar que Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría Álvarez y Marcelino García Barragán hayan estado informativamente ajenos, al minuto a minuto, de los sucesos sangrientos de la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco el 2 de octubre de 1968. De veras Peña Nieto, Miguel Ángel Osorio Chong y el Gral. Salvador Cienfuegos Zepeda no tenían información al momento de la noche de Iguala, ni de los antecedentes del corredor delictivo de la amapola en Guerrero.

Y lo que sigue sin convencer es la actitud de distancia inicial que adoptó el Presidente sobre lo sucedido el 26 de septiembre en Iguala. La magnitud horrorosa de los hechos era de ameritar la intervención inmediata del gobierno federal. No ocurrió así y temo considerar que esa actitud desentendida se debió a un “cálculo estúpido”, parecido al que ya describió Jesús Silva-Herzog Márquez respecto a la invitación hecha a Donald Trump para dialogar en Los Pinos con Peña Nieto.

Al calor de los acontecimientos de Iguala el Presidente se asumió como jefe de facción. Sabía de las implicaciones, de la segura afectación que tendría la noche de Iguala para los gobernantes y dirigentes del PRD, para los que los “peñabots” llaman “chairos”. Una manera nada honrosa de concluir la alianza “izquierdosa” del Pacto por México. Jamás se imaginaron en el convite de los allegados a Peña el efecto bumerán que adoptaría ese siniestro cálculo, hasta derivar en una estupidez que tiró el “prestigio” alcanzado con la realización de las reformas estructurales.


Un jefe de Estado hubiera encarado de distinta manera lo sucedido en Iguala, apersonándose de inmediato él mismo o uno de sus empleados con rango de secretario. Replantearse la lucha en contra del crimen organizado y dejar de considerarla como un simple manejo de percepciones. Empezando con la depuración de empleados del gobierno federal coludidos con el narcotráfico, para empezar, en Guerrero. No fue así, se prefirió etiquetar el asunto como de orden local cuando en rigor todo lo relacionados con la delincuencia organizada es, por ley, asunto federal. Se frotaron las manos con la embarrada de mierda al PRD. Justicia poética, la serie de omisiones le han salido caras a Peña Nieto y, en consecuencia, al PRI.
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