“Supongamos que encuentras una
ley que no tiene otro fin y cuyo autor, que ha calculado sus efectos, no tiene
otro propósito que poner en buen orden el Estado y sus asuntos y apartar de él
la injusticia y la violencia.”
Maimónides
Es frecuente en el encabezamiento
de una nota periodística, sin importar género, invocar al especialista como la
fuente de autoridad informativa. El experto lo ha afirmado. En realidad, se
trata de la figura retórica de la metonimia (la parte por el todo) a fin de
cuentas falaz. Dar gato por liebre. Está en el menú de todos los días.
Es la clave del éxito de los
especialistas, desconectarse de la visión de conjunto, y miren que les va muy
bien navegar como expertos, incluso en medio de la catástrofe pueden hacerla
invisible. Los economistas, por ejemplo, nos ceban en las cifras
macroeconómicas y han sido efectivos, entronizando a los inversionistas y todos
creemos que sin ellos el mundo sería inaceptable. Qué decir de los politólogos,
han prefigurado un ecosistema para los partidos y los políticos, de rechupete,
en el que todo cuadra a la tecnocracia electoral. El voto cuenta y se cuenta,
también retoza en la realización indescriptible de la voluntad popular.
En este remedo del retablo de las
maravillas establecido por los especialistas, sin acudir a Cervantes, se ha
creado un mundo en el que la economía logra crecer, en el que la política se ufana
en poseer técnicas de conteo irreprochables. Este éxito tiene su costo oculto
que paga la sociedad, el ciudadano.
Qué curioso, cuando la economía
tiene el camino correcto, cuando la democracia electoral se perfecciona, algo
anda mal y al especialista le falta cuerda para atar cabos. La seguridad se
descompone, la educación se deteriora, la salud enfrenta la multiplicación de
los males, la corrupción galopa en caballo de Hacienda. Agreguemos Medio
Ambiente, en el descaro, se defienden treinta vaquitas marinas, cuya existencia
está en duda, y se hacen de la vista gorda frente a la destrucción de bosques, playas
y selvas.
El ambiente es obsceno, pues en
medio de tanta desgracia cómodamente nos disponemos a especular rumbo a la
sucesión del 2018, cuando es sabido y comprobado que el cambio de presidente,
sobre todo en este siglo, no trae abatimiento de las plagas. El juego es
depredar al ritmo de la construcción de infraestructura desde los tres niveles
de gobierno. Se descuida lo básico: administrar conforme a la ley. Administrar
es aburrido, burocrático, además obstruye el enriquecimiento del gobernante. El
asunto es alegar la insuficiencia de las leyes para así crear otras, o
instituir órganos autónomos.
¡Ah! Pero tenemos especialistas.