Pese a los augurios de desastre,
la política exterior del primer gobierno de la república conducido por MORENA
-posiblemente le sigan otros- ha desmentido los pronósticos negativos sobre la
presunta ineptitud que aislaría a México del mundo. Se partía de la base sin
sustentar, de que sería imposible una buena relación con el gobierno de Estados
Unidos. Primero con Donald Trump, después con Joe Biden, Andrés Manuel López
Obrador ha logrado una relación de entendimiento e interés para ambas
soberanías. De ningún modo ha sido una relación binacional desabrida. Hasta
ahora, el principal resultado lo constituye el refrendo de la alianza comercial
renombrada como TMEC.
Esta semana que fenece, se dio la
segunda visita del presidente López Obrador a Washington, D. C. Una nueva
ocasión para que la prensa conservadora se fuera con todo para desacreditar la
reunión y calificarla de fracaso. Ni un esfuerzo de análisis decente. Los
medios se han olvidado de informar y operan como máquina de propaganda
antiAMLO, con desprecio consumado hacia la inteligencia de la población que
aprecia la información por sobre la propaganda. Qué dificultad para poner en
claro dos o tres líneas que hagan comprensible la reunión. Van cinco.
Primero, el presidente, en tanto
jefe de estado está obligado a poner en el centro de cualquier posible acuerdo,
los principios de soberanía y autodeterminación de los pueblos. Así se lo dicta
la Constitución.
Segundo, el presidente reitera su
propuesta para la fortaleza económica del bloque regional de Norteamérica como
un punto de partida hacia la agregación de Centroamérica y seguidamente el
resto del continente. Reglas para facilitar la migración de fuerza de trabajo como
primer tema.
Tercero, advertir lo que omiten
los analistas, la tendencia mundial hacia la globalización de la economía como
eje conductor, excluyendo la política de los estados nación, colapsó con la
crisis financiera derivada de las deudas inmobiliarias, la cual estalló en el
2008. Como se dice en el juego del dominó, se ahorcó la mula e inicia un nuevo
juego. El nacionalismo, al que tendenciosamente se le minimiza despectivamente
bajo la etiqueta de populismo, está de regreso. Es el ciclo que despega y toma
fuerza.
Cuarto, la tendencia en curso no
abole los bloques, de ahí a priorizar el bloque continental de América. Al
tiempo mantener buenas relaciones con el bloque asiático del Pacífico liderado
por China, así como con el resto de los continentes.
Quinto, de hecho, la única
relación que se ha enfriado es con el gobierno español -la que luego se
reciente en algunos pronunciamientos comunitarios de Europa- de ahí en fuera no
hay confrontación con el Viejo Continente.
Mientras tanto, volteando hacia
la política interior, el bloque opositor al gobierno de México se mantiene bajo
los reflejos del sentir neoliberal desnacionalizador. Siguen sin asimilar la
serie de derrotas que han acumulado desde el año 2018. Ningún partido opositor
se ha reconstituido y se mantienen en la pendiente cuesta abajo. En su
minusvalía, sus derrotas las endulzan con el camelo de los medios y se vuelven
incondicionales de las cúpulas empresariales. Esto último queda demostrado al
aceptar la subordinación política a Claudio X. y a la COPARMEX. El desastre
mayor es para el PRI y el PRD pues alguna vez, desde sus respectivas
fundaciones, aspiraron a desarrollar una identidad popular. En pendiente
paralela hacia el despeñadero, el PAN abdicó de su talante moralista y se
amarteló bajo las sábanas con el crimen organizado y ya está francamente
descobijado.
En el tanteo, no hay que olvidar que la minoría opositora representa a millones, pero la mayoría gobernante representa a más millones de ciudadanos.