lunes, 6 de mayo de 2019

PND, como hito


“darle la posibilidad al ciudadano de reapropiarse de la cosa pública y, de ese modo, de su propio destino.”
“La política no es una ciencia exacta, tampoco la economía, y la frontera compromisos y concesiones es siempre difícil de trazar.”
Thomas Piketty

El primero de mayo se publicó el Plan Nacional de Desarrollo 2018-2024, el cual está a disposición del Congreso para su aprobación. Sin tener al alcance los anexos, se trata de un documento político puesto en el límite como diferenciación entre los últimos seis sexenios y el gobierno actual de López Obrador. Un documento polemista, inserto en la discusión mundial sobre las consecuencias del llamado neoliberalismo, en su variante nacional. Se trata de un malestar compartido en muchas partes del mundo, tras la implantación de una economía global que halló en el libre comercio el medio exclusivo de la prosperidad omitiendo o dejando de lado los límites de la acción del Estado. Ese malestar ha ido de la mano del siglo XXI, con el rezago de los ingresos, expectativas de crecimiento no realizadas y concentración de la riqueza.

¿Qué ha sido el PND? El documento de factura economicista, que lo sigue siendo, de planeación indicativa. Una aspiración sin consecuencias punitivas por incumplimiento. La realidad se termina por imponer al Plan y guardarlos en el olvido. Este esquema de planeación se inauguró de manera experimental con el Plan Global de Desarrollo. Pero fue con Miguel de la Madrid, dentro de la ley de planeación democrática, que el ya nombrado PND fue el referente de las políticas gubernamentales para una administración sexenal. Se inicia la saga del neoliberalismo de oficio en México, ajustado a las prescripciones del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional. Así se auspició la década perdida, acá y en otras partes del mundo; con Salinas de Gortari el PND quedó eclipsado por el Consenso de Washington, el verdadero instructor de la primera generación de reformas y del TLCAN; de Ernesto Zedillo el PND tampoco fue pieza maestra, resultó más importante el préstamo acordado con Bill Clinton para sacar adelante la economía devastada por la fuga de capitales; en los siguientes tres sexenios (Fox, Calderón, Peña) bajo el imperio de los secretarios de Hacienda itamitas, el PND se convirtió en un trámite, un documento hinchado de demagogia numérica bajo la petulancia académica de los indicadores. Es con el nuevo siglo que el PND quedó borrado por el accionar de un modelo económico que no pudo producir la riqueza bajo la formalidad de los flujos comerciales, por el contrario, atizó las malformaciones económicas del crimen y la corrupción.

Qué tenemos con el PND de ahora, una reminiscencia explícita al Plan Sexenal de 1934-1940 en tanto pone el acento en la redistribución económica bajo otras condiciones. Con una presentación que pone los principios, éticos podría agregarse, para alcanzar ese propósito redistributivo. El PND se compone de tres partes. En una se concentra en el tema de la seguridad. En la segunda aborda los programas sociales. Para finalmente, en la tercera, concentrarse en afirmar el compromiso con la responsabilidad macroeconómica. Como todo plan, está constreñido a la realidad, una realidad que se llama incertidumbre y que se expresa en el enjambre de variables de todo tipo -más en una economía global- que inciden en la conducción económica de un país. Por ejemplo, la ortodoxia ultraliberal de Macri en Argentina ha sido un desastre; por el contrario, en China, sin asumir el liberalismo económico extremo ha logrado de manera consistente un crecimiento envidiable con un ambicioso proyecto de industrialización y de comercio exterior conducido por el Estado.

El pronóstico queda a reserva.

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