Los mensajes de odio, las
noticias falsas y las ediciones de material videograbado difundidas en diversos
medios son una forma de aturdir. Confusión en el fértil campo de la inmediatez.
Discernir, en cambio, es apreciar
lo que caracteriza y deferencia a una cosa de otra. El discernimiento no
generaliza, relaciona, hace una clasificación entre identidades y opuestos. Es
productivo mientras dispone de tiempo.
Ingrid Escamilla y Fátima Cecilia
fueron asesinadas en el mes del amor y la amistad. Una adulta de veinticinco
años, una niña de siete años. El primer caso tiene un criminal confeso, que no
se escape por las rendijas del Poder Judicial. Del segundo asesinato aun no se
tiene idea del ejecutor. El crimen organizado o la delincuencia no aparece
relacionado en los dos casos. Se puede conjeturar que los dos crímenes se
engarzan a estructuras familiares deterioradas en cada uno de los casos,
insolventes para proporcionar afectos y cuidados. Ambos asesinatos ocurren en
barrios populares de la CDMX. El primer caso, instituciones sin capacidad de
anticipación ante la sicopatología de un crimen pasional. En el segundo caso
las autoridades se aprecian rebasadas. Sí que falta una transformación
institucional.
Las dos desgracias ocurren sobre
el cauce de movimientos feministas en marcha, que traen su propia dinámica. De manera
extendida, frontalmente en contra de los inaceptables hábitos machistas como el
acoso sexual, dentro del amplio arco de la violencia de género. O muy
específicos, como las feministas de la UNAM, que han levantado pliego petitorio
y tomado escuelas y facultades, con una lista explícita de acosadores a la cual
no se ha dado revuelo mediático, menos respuesta sancionadora.
El contexto político cuenta. El
desplazamiento de un grupo de poder con privilegios excesivos y
correspondientemente acorazado por los medios de comunicación, por una voluntad
popular que busca arribar a tener para el país mejores condiciones de igualdad
y justicia, las que fueron negadas sistemáticamente por una simulación del
libre comercio, una meritocracia endogámica y por decisiones judiciales como
refuerzo de la desigualdad. Esto dio lugar a la explosión de la criminalidad
que formó una estructura con diversas gradaciones del crimen.
En ese tejido, de sus intersticios,
emergen los casos de Ingrid y Fátima.