Para las elecciones
presidenciales de México 2024 están definidas las candidaturas. Es lo que el
sistema político y el subsistema de partidos arrojó. Ese menú es muy caro y le
faltan los mejores ingredientes, el carisma y la oratoria cautivantes estarán ausentes.
Desde la oposición, una candidata que se repite en sus gracejadas, un candidato
enfocado en adultos jóvenes de prolongada adolescencia y otro con la fórmula
caduca del catolicismo radical. La candidata oficial con su indeleble impronta
sionista.
Nada más qué agregar por ahora,
pues las sombras proyectadas del momento regresivo se posan sobre Palestina.
Inevitable eludir la destrucción de Gaza. Territorio de guerra por milenios,
tierra arrasada por imperios, entrecruce de lo que la actualidad mienta como
geopolítica. Por esa geografía han pasado ejércitos de estados poderosos. El de
los egipcios, asirios, caldeos, persas, griegos, romanos, otomanos, franceses,
británicos. Pero lo que se vive desde el 7 de octubre de este año implica a las
potencias y los intereses de la comunidad financiera globalista.
A la humanidad se le ofrece de
beber agua de muerte brotada de varias fuentes: racismo, monoteísmo y
nacionalismo. Con esa agua se hidrata la semilla del odio. La memoria, una
forma de aprendizaje, queda anulada. Como si 1933 no fuera el año de los
primeros campos de concentración nazi, eran centros fabriles, se decía. Como
cuando la invasión a Polonia en 1939, se aceptó como un riesgo manejable para
las potencias de entonces, mismas potencias que vieron con buenos ojos el
frente que abrieron los alemanes contra la Unión Soviética en 1941, se trataba
de contener y eliminar a los comunistas. Para cuando el ejército alemán entró
en Francia y tocó las puertas de Londres, entonces comenzaron a asustarse. La
matanza y el genocidio era evitable.
Guardadas las proporciones, en
Palestina se está en una situación semejante. Potencias complacientes ante la
masacre de la población civil. Los gobiernos de los países que no son potencia
juegan a la diplomacia hipócrita. Sólo de manera clara Gustavo Petro,
presidente de Colombia, todos los días denuncia el genocidio en Gaza.
Así expuesto cabe apuntar los
tres ejes precursores del odio dispuestos para ser manipulados.
Racismo. Las razas no
existen, lo que se divulgan son teorías raciales que justifican el racismo. Una
de esas teorías fue la de Johann Blumenbach, inventó la clasificación de cinco
razas. Sobre la variedad natural de la humanidad (1775). De ellas la
caucásica/blanca era la raza madre. Así la designó porque los restos óseos
estudiados procedentes del Cáucaso se suponían cerca del edén bíblico; después
un francés, Joseph Gobineau, subdividió a los blancos en arios y semitas, en su
Ensayo sobre la desigualdad de las razas (1855). Todo ello sin base
científica, lo cual no impidió que se creyera y se formaran corrientes
racistas, entre ellas el antisemitismo. Wilhelm Marr y su Liga del Antisemitismo,
1879. Hasta aquí las especulaciones de europeos que tendrían consecuencias
políticas. En el siglo XX la antropología norteamericana desmontó esas teorías
raciales no así el racismo. Casi al mismo tiempo el partido nazi rehabilitó
políticamente la teoría de las razas y ya sabemos lo que pasó. Lo paradójico es
que hay judíos que se ven como semitas, aceptan la etiqueta y se creen una raza
y luego se hacen racistas. El racismo una fuente de odio por erradicar.
Monoteísmo. La cultura
madre del monoteísmo es la religión judía, con más de tres mil años de
existencia. De las míticas doce tribus que congregaba a los creyentes, para
tiempos del imperio romano se dividieron en tres sectas. Esenios, fariseos y
saduceos, a su vez las primeras modalidades de disenso dentro de una misma fe. Las
extensiones del monoteísmo judío provinieron de dos personajes históricos,
Jesús y Mahoma, fundadores del cristianismo y el islam respectivamente. El
monoteísmo se expandió por el mundo conocido dividiéndolo entre el Este y el Oeste.
Las guerras de religión se sucedieron, se dio cauce al odio por motivos
religiosos.
Nacionalismo. En tiempos antiguos
hubo dos estados hebreos, el reino de Judea y el reino de Israel. Estados menores
que pagaban tributo a Estados dominantes, incluso sus poblaciones eran deportadas
y se adaptaban al yugo de las ciudades que los sometían. De ellos se sabe
porque es cuando se escribe la parte bíblica de los profetas, pero también
porque sus dominadores dejaron escritos cuneiformes que hablan de sus
existencia y subordinación (Mario Liverani). Como sea, el pueblo del Libro
tenía formas rudimentarias de Estado hasta que se acabó. La negativa a pagar
tributo a los romanos desencadenó la llamada guerra judía (Flavio Josefo). No
fueron motivos raciales, religiosos o políticos, fueron los intereses
materiales del imperio romano los que cancelaron el Estado judío antiguo. La
modernidad trajo los fuerte vientos del nacionalismo durante el siglo XIX (Eric
Hobsbawn) por eso no es raro que los judíos quisieran volver a tener una forma
de vida estatal. A ese nacionalismo le dieron el nombre de sionismo,
básicamente una corriente política. Su aspiración estatal se vio satisfecha después
de la segunda guerra mundial a costa de los pueblos asentados en Palestina de
mayoría árabe y cristiana. Para ello fue determinante la intervención de la
Corona Británica y se consolidó después al abrigo de los Estados Unidos.
Vinieron las guerras entre árabes e israelíes acompañadas del odio
nacionalista.
A pesar de, estos odios no son
determinantes, aunque si manipulables a los intereses llamados geoestratégicos
y con sevicia se cometan crímenes de lesa humanidad como los que se están dando
en Gaza. El conflicto lejano tiene su influencia en todas partes del mundo,
México no es la excepción. Se entiende el porqué de la promoción de una
candidata sionista. Así como porqué fue vencida la resistencia de AMLO a no
asistir a la reciente reunión Asia-Pacífico por la presencia de Dina Boluarte -la
usurpadora- presidenta de Perú. No se diga de su insuficiente radicalidad para
condenar la matanza de civiles en Palestina. Las circunstancias nos indican que
es tiempo de despedirnos de Andrés Manuelovich para darle la bienvenida a Sir
Andrew, el nuevo cachorro del imperialismo.