“Pero en medio de la
desmoralización de aquel lugar, el hombre conservaba su elegancia. Eso se llama
temple. Sus cuellos almidonados y la pulcritud de sus camisas eran triunfos del
carácter”.
Joseph Conrad
Cuando el presidente Enrique Peña
Nieto reconoció en la incredulidad y la desconfianza como los aspectos
característicos de la sensibilidad (lo que sienten) y la actitud (como se
expresan) de la sociedad mexicana, lo hizo con el aplomo de quien afirma de que
en México hay costas, planicies y sierras, como algo natural, fuera de
discusión y, por ende, aceptable. A los británicos, a los que regaló un
arrebato de sinceridad descafeinada, les importa un bledo, lo que quieren es
tener una nueva oportunidad de depredación de recursos naturales sean del país
que se deje. Ése fue el fondo de la visita de Estado de la semana pasada.
Ha regresado Peña Nieto y no hay
mayor mención a lo reconocido al otro lado del Atlántico. La incredulidad y la
desconfianza, a fin de cuentas, son un problema de comunicación social,
cambiemos al responsable y reiniciemos la narrativa de las reformas. Así de
sencillo.
Con o sin cambios, los desafíos
presidenciales siguen siendo los mismos: crecimiento económico, seguridad
pública y rendición de cuentas. Sin avanzar en por lo menos estos temas, la
incredulidad y la desconfianza no tienen para cuando disminuir.
Pero, realmente, es de la mayor
preocupación para los gobernantes la incredulidad y la desconfianza que les
dispensa la ciudadanía. Ni siquiera les quita el sueño, la centralidad está
perfilada a mantener un régimen oligárquico, donde unos pocos deciden el
destino del país y de sus habitantes. Para hacerlo eficazmente están convencidos
de inarticular discursos revolucionarios, de no convocar a los otrora poderosos
tres sectores. Para el pragmatismo rampante le es suficiente asimilarse y
pregonar la imbatibilidad del mercado aunque nada entiendan de sus
consecuencias. Si de consultar se trata, para eso está el oráculo del Consejo
Mexicano de Hombres de Negocios. Las propuestas presidenciales pasan por ahí,
la bendición que ostenta la flamante procuradora Arely Gómez González Blanco, y
el no menos agraciado Eduardo Medina Mora Icaza, al cual la guerra de Calderón,
de la cual fue coautor con sus miles de muertes violentas, nunca le calentó la
cabeza.
Un régimen oligárquico de mercado
torcido, el cual lejos de generar empleos y mejorar los ingresos de la población,
tiene que habilitar una política social vergonzante –lo es en tanto detesta en
teoría todo género de subsidio- que
regala cobijas, comida, televisores, a falta de consolidar una economía fuerte
en lo interno.
Un régimen exitoso para sus
beneficiarios, hay que reconocerlo. La exclusividad de su éxito incompartible
radica en la habilidad para revolcar a la misma gata, lo mismo pero con otro
nombre. Con qué cuidado los oligarcas se han aplicado en el arte de renombrar.
Los defectos del capitalismo pasan ahora como las maravillas de la
globalización, por eso las empresas trasnacionales son hoy bienvenidas como
empresas globales. A la simulación se le agradece travestida bajo el nombre de
empatía. Al cínico impune hoy se le aprecia como una persona esplendentemente
asertiva. Y qué decir del maldecido régimen del partido hegemónico, ya nada, el
pluralismo obliga a la democracia electoral, no más farsa electoral.
Pero tú ciudadano
no decides, las decisiones públicas tienen otro camino, es otra la sede, a la que nunca serás
invitado.
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Interesante el reportaje en serie
hecho por Sandra Rodríguez Nieto en Sin
embargo, para que vean lo que es mover el abanico. Eh aquí los enlaces: http://www.sinembargo.mx/09-03-2015/1264665
y http://www.sinembargo.mx/10-03-2015/1275766