Cuando el 31 de agosto de 2012,
el Tribunal Electoral emitía la declaración de validez y de presidente electo
de los Estados Unidos Mexicanos, era de esperarse que tal definición serviría
de fundamento para un recorrido del Electo, se mostrase en su nueva condición y
saliera impulsar un día sí y otro también las iniciativas de rendición de
cuentas y transparencia anunciadas con antelación, para que todos
identificáramos a Enrique Peña Nieto como el futuro presidente de la
transparencia y nos demostrara la convicción de que la cosa va en serio. Y que
ése fuera el tema de la agenda después de una competida elección presidencial.
Suponer no es derrotero, los
caminos de la política tienen sus propias asechanzas.
El primero de septiembre, el día
de la apertura de sesiones del Congreso, el presidente Calderón aprovechó para
estrenar la última edición de la reforma política y decidió ingresar una
iniciativa preferente de ley en materia laboral. Con treinta días para
dictaminar, la alianza del PRI con el PAN, PVEM y PANAL en San Lázaro concretó
una reforma en favor de los empresarios y el statu quo sindical, antes de que
se cumpliera el plazo. Cubierto ese tramo legislativo y en el tránsito del
dictamen a la Cámara de Senadores, empezó un nuevo jaloneo. Al PAN ya no le
gustó lo que votaron sus diputados, a los empresarios del Consejo Coordinador
Empresarial el dictamen les quedó a deber. La criatura legislativa salió feíta.
Ya veremos cómo se pone la discusión el lunes próximo en la comisión de los
senadores encargada de revisar, modificar y aprobar el documento.
Como se apuntó en otra entrega,
la reforma laboral le está resultando costosa a Peña Nieto, quien queda sujeto
a la agenda de Felipe Calderón y descuida la difusión y apoyo des sus propuestas
legislativas. El que sale se empeña en dejar compromisos de continuidad con su
proyecto, el cual fue descalificado en las urnas. El presidente Calderón debería
contribuir para la concordia y hace lo contrario, quiere dejar su huella
transexenal esperando el eterno agradecimiento de los mexicanos.
Agregándose a esta situación, la
inseguridad expresada en la violencia incontenible reduce el espacio mediático
a la información que produce el presidente electo. Se dirá que ya no estamos en
los tiempos de partido hegemónico, ni del autoritarismo, que lo visto es normal en
una democracia y así debe ser. Es una situación de desgaste que con otros
elementos padeció Felipe Calderón y desde el inicio de su gestión hasta su
finalización cargó con la impronta de la ilegitimidad.
Hay información que la mayoría de
los ciudadanos desconocemos, lo evidente es que la conclusión del proceso
electoral 2012 no terminó por configurar un arreglo de estabilidad, la lucha
por el poder está retando la legalidad electoral. La coyuntura está envenenada.