Es abrumadora la opinión publicada que califica negativamente la actuación presidencial durante este mes que hoy concluye. El contrasentido se apodera de toda la escena nacional, no sólo de los dichos gubernamentales. Cosas vistas. El mes del color verde olivo es ofendido con manifestaciones, minoritarias, que rechazan su intervención en la lucha contra el crimen organizado. Un Consejo del Instituto Federal Electoral casi renovado que tiene el vicio de origen del anterior cuerpo de consejeros: representar cuotas de poder.
Se agotó la ciencia y paciencia, la razón y la cordura, cuando se dan a conocer diálogos no reconocibles en un estado laico.
- Que dios y los electores no devuelvan al PRI a la presidencia de la república, clama el presidente Calderón ante sus interlocutores.
- Pues si dios no quiere nos basta con que el milagro nos lo haga la virgen de Guadalupe, responde Beatriz Paredes.
- Por favor -suplica el Presidente- no la hagan tomar partido.
Ése es el nivel del debate que por medio de la voz barre con todas las instituciones del estado laico. El diálogo difundido de manera no oficial es muestra de la mentalidad del habitante de Los Pinos que puede contaminar hasta sus propios adversarios. No es algo inverosímil, tiene plena congruencia con la formación de Felipe Calderón de contraponer a la razón la fe, de enfrentar la adversidad con la fe. Sólo así se pueden entender expresiones que hablan del barco de gran calado, del catarrito, de que la crisis es un flan frente a la fortaleza del orden macroeconómico, la aceptación del baño de sangre. Es la fe que está dispuesta a no tomar en cuenta la información, a fin de cuentas todo lo dispone dios.
Esta mentalidad fue cultivada desde la más tierna infancia de Calderón. Es de imaginarse su curiosidad por conocer la decisión que prevaleció para que le impusieran el nombre de Felipe de Jesús. El niño que pregunta el porqué de su nombre y no se le responde con una respuesta sencilla, común, simple. Por el contrario, se le cuenta la historia, más bien la leyenda de San Felipe de Jesús, el primer santo mexicano. Como para que se dé cuenta el niño de la responsabilidad que cargaría con ese nombre. Ni más, ni menos.
La vida de Felipe de las Casas, después San Felipe de Jesús, es una vida corta (1572 – 1597) sobre la que este blog no cuenta con un documento portentoso que ilumine todos los detalles de la vida del santo. Pero lo que tiene informado es el cuasi relato de un niño ordinario, reacio a la instrucción religiosa, que ya siendo joven fue enviado por su padre a Filipinas, lugar donde le nació la vocación franciscana. Ordenado sacerdote toma el camino de regreso a la Nueva España. El regreso no se concluye porque tres tifones desvían de la ruta a la embarcación y los envía a una playa de Japón. La desgracia no amilana al futuro santo. Por el contrario, el accidente es una revelación de Cristo, contribuirá a difundir el evangelio en el Imperio del Sol Naciente. Las cosas no iban mal pero se pusieron peor cuando se inició la persecución contra los representantes de la iglesia católica. Entonces se unió Felipe voluntariamente a la desgracia de veinticinco sacerdotes. Él no estaba entre los condenados, pero se unió con gustó al destino de ser colgado de una cruz para después ser atravesado por dos o tres lanzas. Fue el primero en escoger su cruz ¿Por qué lo hizo? Por afirmar su fe en Cristo.
Esta inocua leyenda, repetida con el fervor y la esperanza maternos de hacer religioso al niño Calderón Hinojosa, levantó tremenda recámara en su cabeza: si la información de la realidad es adversa está puede ser minimizada con la fe. No una fe cualquiera, sino una fe capaz de sublimar el sufrimiento en salvación.
Felipe Calderón se emociona de tener un santo al que admira y tal vez le resulte digno de emulación. De manera figurada, la leyenda del santo patrono del Presidente habla a través de él. Eso podría explicar parcialmente los desvaríos presidenciales del mes que concluye.