jueves, 23 de octubre de 2014

¿Hay otro modo de ser?

“La Razón, a la que se atribuye la virtud de detener la violencia para desembocar en el orden de la paz, supone el desinterés, la pasividad o la paciencia”.
Emmanuel Levinas

Como quien va pateando una lata, la clase política juega con la definición firme y efectiva del combate a la corrupción. Es bandera añeja e irresoluta, que en sus inicios la actual administración ha retomado con su propuesta de una Comisión, esta semana legisladores de Acción Nacional propusieron un Sistema. Da lo mismo si no se encara y depone el modo de ser corrupto, si no hay otro modo de ser que lo sustituya. El ser probo, que se caracteriza por la integridad y honradez en  el obrar del servicio público y en los negocios privados. Nada más ajeno a la conducta de nuestras élites.

Ante ese déficit es explicable que  desde el servicio público se gobierne con impunidad, así como desde los grandes corporativos empresariales se busque el enriquecimiento de la firma empobreciendo a la mayoría de la sociedad. Los excesos tolerados, no sancionados, terminan por dar cauce indebido a la organización delincuencial, que invade el aparato de poder público y se mezcla en los flujos mercantiles.

En la convulsión de un orden sin bondad, porque la bondad es un modo de ser desentendido del poder, tanto como de la acumulación de riqueza. Pues la bondad no es de este mundo o lo es en la excepción, como en el nativo de Asís, quien renunció a sus derechos, el de propiedad para ser preciso (Giorgio Agamben, Altísima Pobreza, Adriana Hidalgo editora, 2013). Convulsión promovida por un orden de competitividad basado en la inequidad de reglas y procedimientos que se prestan para el abuso, procreando privilegios hasta el extremo de formar linajes.

Bajo ese orden, de tiempo atrás la sociedad mexicana no ha salido del estupor que se despliega en la toponimia del dolor y del horror, de la violencia letal de índole diversa:

Las muertas de Ciudad Juárez La matanza de Acteal en Chiapas La masacre del vado de Aguas Blancas en Guerrero Los cadáveres disueltos en ácido en Baja California Los lapidados de San Fernando Los mineros asfixiados por un derrumbe en Pasta de Conchos municipio de Sabinas Los niños bajo el fuego de la guardería ABC de Hermosillo Los ludópatas muertos en el incendio del Casino Royale en Monterrey Los jóvenes levantados del Bar Heaven en la Zona Rosa de la Ciudad de México Los ajusticiados de Tlatlaya estado de México Los 43 desaparecidos en Iguala de la normal de Ayotzinapa.

No son todos los sucesos violentos ayunos de justicia, pero esta breve lista deja sin aliento. Una devastación por acumulación.

Ni el Derecho, ni la Economía, ni la Política, ni la Religión han encontrado salida justa a esta descomposición propiciada por el actual modo de ser imperante. Acaso la interrogación a la Filosofía nos dé una pista, un enunciado sin fuga hacia el pasado o hacia el futuro, en la abertura presente de un modo de ser superior.

A raíz de otros contextos –el de los campos de concentración nazi y el de la ulterior Guerra fría- Emmanuel Levinas elaboró una ardua y compleja reflexión acerca de la relación del hombre con su semejante, la responsabilidad para con el otro (De otro modo de ser o más allá de la esencia, Ediciones Sígueme, 2011 p.p. 111-117) y que se resume así: adoptar como requisito irrecusable la responsabilidad para con el semejante.

Con justa razón se dirá que no es algo nuevo, un decir ya dicho, pues se trata de un planteamiento ya milenario. Pero su reformulación resulta una actualización oportuna para salir de la barbarie que nos alcanzó.

Reitero la pregunta inicial ¿Hay otra forma de ser?
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