Son cuatro los meses de confrontación al crimen organizado. La decisión de la actual administración federal de poner a raya a la delincuencia organizada. Una guerra bajo el entendido de un alto costo de vidas que se está cumpliendo con crudeza. El brío mediático que cargaban los primeros operativos ha decaído. Los reportes oficiales si existen, no tienen difusión profusa. La tarea informativa ha recaído en el esfuerzo periodístico por pergeñar unas estadísticas relativas al número de ejecuciones, número que se acumula en el día tras día. 677 ejecuciones es la cifra que presentó Milenio Diario el martes 3 de abril, como la suma de los tres primeros meses del año. Esa cifra ya quedó rebasada y no hay contador oficial que de manera pública actualice la cifra. Una guerra donde los héroes (militares) y las víctimas (notoriamente policías) van construyendo relatos alternos que revelan las desviaciones que puede traer una guerra como la que se ha planteado desde el gobierno.
No se sabe hasta qué punto los militares estén preparados para recibir el peso de los reflectores, ni si se tienen los correctivos, las prevenciones para que las instituciones armadas no caigan en una espiral de degradación como la que ocurre al interior de los cuerpos policíacos. Aguascalientes ya se sumó a la lista de policías bajo sospecha.
No se trata de una conjetura enfebrecida. Tiene un asidero en los sucesos que ocurrieron el martes por la tarde en las inmediaciones del Campo Militar número 1. La policía municipal de Naucalpan detuvo un vehículo particular que tenía vedada la circulación ese día por las restricciones del Programa Hoy No Circula. Para sorpresa de los policías, los ocupantes del auto se resistieron a atender el señalamiento de los patrulleros. No sólo eso, dispararon contra ellos, matando a un policía e hiriendo a otro. De inmediato comenzó la persecución que concluyó hasta el territorio del Distrito Federal, en el cruce de Legaria y Río San Joaquín. Asistidos por policías judiciales capitalinos, los mexiquenses capturaron a los agresores. Para su sorpresa, la identidad de los asesinos los señalaba como miembros del Ejército Mexicano.
La noticia tal vez no merecerá el seguimiento obsesivo, ni generará polémica en los diarios como el caso de la anciana Ernestina Ascencio. Socialmente la vida de los policías no es valorada, son carne de cañón y punto. Pero el hecho no debe pasar desapercibido para las autoridades y dejarlo pasar como una lamentable estupidez beoda. El Gral. Guillermo Galván Galván, su jefe también, deben tener a la orden la serie de actividades orientadas a evitar el desacatamiento de la ley por parte de los militares. Desacatamiento estimulado por la sensación de poder que produce el papel de héroes que se les ha asignado. De un poder mal entendido que no es tal, sino simple y llana prepotencia, alevosía. Abuso y brutalidad.
La guerra contra el narcotráfico será larga y no exenta de traiciones. Una guerra expuesta a generar desviaciones, que al flagelo de la narcodelincuencia se agregue el atropello militar sobre los civiles. ¿Está preparado el gobierno de Calderón? Después de todo aquí también está de por medio el derecho a la vida de sujetos completos, no simples embriones. El oficial de policía Óscar Ávila, acribillado, es hoy pena que enlutece a una familia y nadie se desagarra las vestiduras aunque se trate de una expresión más del México fracturado. Del México que desde las élites se insiste abismar.
No se sabe hasta qué punto los militares estén preparados para recibir el peso de los reflectores, ni si se tienen los correctivos, las prevenciones para que las instituciones armadas no caigan en una espiral de degradación como la que ocurre al interior de los cuerpos policíacos. Aguascalientes ya se sumó a la lista de policías bajo sospecha.
No se trata de una conjetura enfebrecida. Tiene un asidero en los sucesos que ocurrieron el martes por la tarde en las inmediaciones del Campo Militar número 1. La policía municipal de Naucalpan detuvo un vehículo particular que tenía vedada la circulación ese día por las restricciones del Programa Hoy No Circula. Para sorpresa de los policías, los ocupantes del auto se resistieron a atender el señalamiento de los patrulleros. No sólo eso, dispararon contra ellos, matando a un policía e hiriendo a otro. De inmediato comenzó la persecución que concluyó hasta el territorio del Distrito Federal, en el cruce de Legaria y Río San Joaquín. Asistidos por policías judiciales capitalinos, los mexiquenses capturaron a los agresores. Para su sorpresa, la identidad de los asesinos los señalaba como miembros del Ejército Mexicano.
La noticia tal vez no merecerá el seguimiento obsesivo, ni generará polémica en los diarios como el caso de la anciana Ernestina Ascencio. Socialmente la vida de los policías no es valorada, son carne de cañón y punto. Pero el hecho no debe pasar desapercibido para las autoridades y dejarlo pasar como una lamentable estupidez beoda. El Gral. Guillermo Galván Galván, su jefe también, deben tener a la orden la serie de actividades orientadas a evitar el desacatamiento de la ley por parte de los militares. Desacatamiento estimulado por la sensación de poder que produce el papel de héroes que se les ha asignado. De un poder mal entendido que no es tal, sino simple y llana prepotencia, alevosía. Abuso y brutalidad.
La guerra contra el narcotráfico será larga y no exenta de traiciones. Una guerra expuesta a generar desviaciones, que al flagelo de la narcodelincuencia se agregue el atropello militar sobre los civiles. ¿Está preparado el gobierno de Calderón? Después de todo aquí también está de por medio el derecho a la vida de sujetos completos, no simples embriones. El oficial de policía Óscar Ávila, acribillado, es hoy pena que enlutece a una familia y nadie se desagarra las vestiduras aunque se trate de una expresión más del México fracturado. Del México que desde las élites se insiste abismar.