jueves, 13 de junio de 2013

El ocaso de los políticos


Vivir para y por los asuntos públicos, ése debería ser el sino de los políticos. Hay signos que nos indican que los asuntos privados son la pasión que verdaderamente los consume.

El desgobierno actual que se extiende por el mundo tiene su origen desde el momento en el que los políticos sintieron lo privado como su vocación, lo meramente suyo: la nación, el pueblo, la democracia, el servicio hacia los demás decayó en una pesada, por lo costosa, representación tragicómica por lo que de irreparable y risible tiene.

Un primer signo de la decadencia se dio cuando los políticos abdicaron de sus responsabilidades públicas, empezaron a privatizarlas y subrogarlas, pues el mercado resultaba más eficiente ¿Para quién? Ellos, los políticos, comenzaron a disminuir su materia de trabajo.

Un segundo signo de la decadencia ha sido la incapacidad para producir ideología. La mediatización, el márquetin, entregarse a la voluntad de Dios se ha hecho fácil. La pereza intelectual se impone, leer y escribir ni se diga, para eso están los asesores. No hay cuerpo de ideas, el corte y pega es lo común.

El mecanismo de la división de poderes no ha funcionado a cabalidad para que los sucesivos gobiernos se manejen dentro de la ley. El abuso y la discrecionalidad han llevado al ridículo de instituir organismos autónomos como el IFE, el IFAI, la CNDH. Su existencia es reconocimiento al fracaso del equilibrio de poderes y expresión de la debilidad del Estado de derecho.

En el colmo, se han creado organizaciones civiles por parte de los gobernadores y los presidentes municipales para talonear los recursos públicos lo que no quiere decir para gobernar mejor. Para cumplir sus responsabilidades públicas se erigen como grupos de presión lesionando la dignidad de su investidura, simulan ser parte de la sociedad civil cuando institucionalmente pertenecen a la sociedad política.

En este marco de decadencia un personaje como Andrés Granier no es una anomalía en el servicio público, es cumplimiento de regla no escrita. El señor es un verdadero paladín de la clase política. La corrupción que provee de negocios, propiedades y demás mercancías, son privilegios que exceden a los ingresos como servidores públicos, pues ya lo dijo el senador, hay que garantizar el arroz con frijoles, también el bisté y el robalo, que servidos en Polanco tienen caché. Los políticos en su ocaso hunden al país y no quieren reconocerlo. Sin llamarse todos Ernesto, son corderitos al servicio del gran capital.

Para concluir por hoy, citemos al citable Safranski:
“El mercado por sí solo, no garantiza ninguna estabilidad. La estabilidad debe conquistarse mediante esfuerzos políticos. Las catástrofes del siglo XX nos han impartido una lección, a saber, que el poder económico ha de equilibrarse mediante el poder político”

martes, 11 de junio de 2013

El cuento ha terminado


Durante los últimos años, desde el postrer cuarto del siglo pasado, se nos ha dicho con insistencia dogmática que el sector privado, en su libre juego, es el motor del crecimiento económico. De ello se ha concluido que la economía no es ámbito del sector público. Menos intervención del Estado y más libertad. Si bien en México la libre empresa no ha sido prohibida, mucho menos perseguida. Cierto es que hubieron restricciones, de éstas quedan poquísimas. De manera constante las condiciones para la libre empresa se han ampliado. No obstante, el reclamo de los privados no tiene límite, no hay gobernante, ni leyes que les den satisfacción y no reparan en la masa de insatisfechos que ha generado el gobierno para los empresarios. La mayoría, de la clase media para abajo, son damnificados.

Ahora chillan los iniciativos, para quienes la libertad es juego en el que no aceptan fracaso, pues sólo para ellos han de ser las historias de éxito, los demás que se jodan. Claman porque se ejerza el gasto público. Pero nada dicen de los capitales que se van del país sin haber producido algún bien o servicio. Despojaron a la política de sus facultades económicas y con hipocresía se lamentan por no percibir “indicios en el corto plazo de la aplicación de políticas que estimulen un mayor dinamismo de la actividad económica, confiando simplemente en su evolución inercial” (La Jornada 10-06-2013) Pues que no estamos regidos por la libre empresa, eso querían no.

(De vuelta con los chinos. Ellos fundaron nuevas ciudades industriales, aquí se desmantelaron. Allá, personajes como Gastón Azcárraga o Germán Larrea estarían en la cárcel. La fórmula es menos Forbes, más PIB)

 A todo esto, qué le corresponde al gobierno de Peña Nieto una vez que se alcanzaron algunas reformas. Es muy temprano como para anticipar la soledad de fin de sexenio. Evitar la ilusión de la gloria sería una previsión saludable. Gobernar sin corrupción y con transparencia, siendo eficaz y eficiente. Hacer lo que los demás dejaron de hacer por alcanzar la esquiva gloria: administrar. Que nadie diga que vinieron a robar, que se reduzcan las quejas por los servicios y bienes que ofrece el Estado. Parece poco, para este país lo es todo. Un gobierno así sería una gran transformación.

Y así lo quiera el Presidente, sacar adelante al país no está fácil. Se opone un pensamiento dogmático en lo económico. La extorsión permanente sobre los recursos públicos de gobernadores y el sistema de partidos. Una iniciativa privada que aún con las libertades que tiene no deja de mamar de la ubre pública. El crimen organizado que ha conquistado familias y formado consumidores. Colaboradores fantasmales y otros que puros cuentos cuentan. Una cultura “New Age” donde cada quien se mira al ombligo y no concibe la solidaridad, al otro, el amor al prójimo.

Se agotó el cuento de la iniciativa privada.

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