Durante los últimos años, desde
el postrer cuarto del siglo pasado, se nos ha dicho con insistencia dogmática
que el sector privado, en su libre juego, es el motor del crecimiento económico.
De ello se ha concluido que la economía no es ámbito del sector público. Menos
intervención del Estado y más libertad. Si bien en México la libre empresa no
ha sido prohibida, mucho menos perseguida. Cierto es que hubieron
restricciones, de éstas quedan poquísimas. De manera constante las condiciones para la
libre empresa se han ampliado. No obstante, el reclamo de los privados no tiene
límite, no hay gobernante, ni leyes que les den satisfacción y no reparan en la
masa de insatisfechos que ha generado el gobierno para los empresarios. La
mayoría, de la clase media para abajo, son damnificados.
Ahora chillan los iniciativos,
para quienes la libertad es juego en el que no aceptan fracaso, pues sólo para
ellos han de ser las historias de éxito, los demás que se jodan. Claman porque
se ejerza el gasto público. Pero nada dicen de los capitales que se van del
país sin haber producido algún bien o servicio. Despojaron a la política de sus
facultades económicas y con hipocresía se lamentan por no percibir “indicios en
el corto plazo de la aplicación de políticas que estimulen un mayor dinamismo
de la actividad económica, confiando simplemente en su evolución inercial”
(La Jornada 10-06-2013) Pues que no estamos regidos por la libre empresa, eso querían no.
(De vuelta con los chinos. Ellos
fundaron nuevas ciudades industriales, aquí se desmantelaron. Allá, personajes
como Gastón Azcárraga o Germán Larrea estarían en la cárcel. La fórmula es
menos Forbes, más PIB)
A todo esto, qué le corresponde al gobierno de
Peña Nieto una vez que se alcanzaron algunas reformas. Es muy temprano como
para anticipar la soledad de fin de sexenio. Evitar la ilusión de la gloria
sería una previsión saludable. Gobernar sin corrupción y con transparencia,
siendo eficaz y eficiente. Hacer lo que los demás dejaron de hacer por alcanzar
la esquiva gloria: administrar. Que nadie diga que vinieron a robar, que se
reduzcan las quejas por los servicios y bienes que ofrece el Estado. Parece
poco, para este país lo es todo. Un gobierno así sería una gran transformación.
Y así lo quiera el Presidente,
sacar adelante al país no está fácil. Se opone un pensamiento dogmático en lo
económico. La extorsión permanente sobre los recursos públicos de gobernadores
y el sistema de partidos. Una iniciativa privada que aún con las libertades que
tiene no deja de mamar de la ubre pública. El crimen organizado que ha
conquistado familias y formado consumidores. Colaboradores fantasmales y otros
que puros cuentos cuentan. Una cultura “New Age” donde cada quien se mira al ombligo
y no concibe la solidaridad, al otro, el amor al prójimo.
Se agotó el cuento de la
iniciativa privada.
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