“La crítica justa al Sistema no
consiste (tal y como nos complacemos casi siempre) en cogerlo en falta o en
interpretarlo insuficientemente…sino en tornarlo invencible, no criticable o,
como suele decirse, ineludible”.
Blanchot
El discurso de las fuerzas
armadas, más allá de las obligadas referencias de la efeméride que lo convoca,
para mí siempre han tenido una construcción elíptica: te lo digo Juan para que
lo entiendas Pedro. El pasado 5 de mayo no fue la excepción, la Batalla de
Puebla de 153 años atrás y el fraseo ceremonial exaltando a la nación, la
soberanía y al pueblo (Los dos últimos conceptos se dificultan en estos tiempos
en los que se apela a los inversionistas antes que al pueblo, se encomia la
globalización por sobre la soberanía) En esta ocasión, el discurso del General
Cienfuegos Zepeda estuvo determinado por la agresión delincuencial sufrida por
miembros de las fuerzas armadas apenas el pasado primero de mayo recién, en el
estado de Jalisco. Lugar y ocasión para expresarse doloridamente por el orgullo
herido.
“Hoy, nuestro país vive
nuevamente, se ve acosado por circunstancias que no merece”. Circunstancias que
no se dan por generación espontánea, más bien son propiciadas por una serie de
causalidades, pero no de casualidades. Circunstancias en las que el ejército
cumple órdenes al grado de situarlo, a veces, al filo de la ley. La policía,
las policías, están en otro organigrama y en su propia responsabilidad, estar
al frente del combate a la delincuencia.
La circunstancia de ahora brindan
a la delincuencia una asignación actancial, un protagonismo que se ha venido
moldeando desde mediados de los ochentas. Por ello el secretario Cienfuegos los
señaló como “Apátridas”, “cáncer”, “cobardes criminales”, “desadaptados” sin
mencionarlos por nombre, apellido o apodo.
Las circunstancias de ahora que
permiten “se mezclen entre nosotros” y por ello se pide denunciarlos “a ellos y
a los que los apoyan”. Exige, en paralelo, abatir la corrupción, derrotar a la
impunidad.
Cierto es que la violencia criminal
ha adquirido una dimensión desproporcionada y raramente observada en el pasado
inmediato. Es sabido, durante décadas del México posrevolucionario,
sistémicamente –no constitucionalmente- el crimen organizado basado en el
narcotráfico se encontraba bajo el control del ejército y la violencia era
evitable. Fue precisamente gracias a la presión norteamericana y de sus agentes
de la DEA que el crimen organizado adquirió visibilidad nacional desde los 80’.
El ex convicto Rafael Caro Quintero es ícono de esta afirmación. En el momento en el
que los Estados Unidos decidieron manipular la agenda sobre el tema el crimen
organizado se expandió y adoptó expresiones explosivas. Pero lo peor vendría
cuando en los 90’ Bill Clinton decidió sellar el espacio aéreo y las costas
norteamericanas para “evitar” el paso ilegal de estupefacientes y descuidó los
tres mil kilómetro de frontera con México. Con ello, los consumidores
norteamericanos aseguraron su abasto, al tiempo que los grupos criminales en
México tuvieron una frontera a modo, abastecedora de armamento prohibido o de
uso exclusivo de las fuerzas armadas. No contentos le dieron proyección global a Joaquín Guzmán Loera a través de la revista Forbes.
Para completar el desastre, la
alternancia en el año dos mil dio forma a la conjura de los gobernadores cuando
decidieron darse una organización civil, la conferencia nacional de
gobernadores CONAGO ¿CONARCO? Pronto los ediles emularon a los gobernadores en
una variedad de asociaciones. Desde entonces, bajo presión o por conveniencia,
esas estructuras, sus cuerpos policíacos se convirtieron en socios del crimen
organizado. Y lo que sabe el ejército de las estructuras federales, pero cumple
órdenes de apagar el fuego aunque se inmole.
________________________________________________
*Elipsis: “Figura* de construcción que se produce al omitir expresiones que la
gramática* y la lógica exigen pero de
las que es posible prescindir para captar el sentido*. Éste se sobreentiende a partir del contexto”. BERISTAIN,
HELENA. Diccionario de Retórica y
Poética. Editorial Porrúa, 1985. P. 162.