viernes, 17 de septiembre de 2010

La fiesta del pueblo

Es tu fiesta en la plaza pública, pero te recomiendo que no asistas.


Inmensa dificultad para conmemorar el inicio de la independencia de México por parte de la autoridad federal. Un evento que por sí mismo es una invitación a la convivencia y símbolo de la unidad nacional, como nunca ha sido polemizado convirtiéndose en un eslabón más de la polarización de la sociedad, división catalizada por un Presidente que no ha encontrado fórmula que afirme su legitimidad y asiente su mandato. Felipe Calderón sigue actuando alejado de la población desde la virtualidad de los medios electrónicos y los festejos conmemorativos no fueron la excepción. Ni con todos los recursos que dispone del erario público le han servido para ser popular, ni identificándose con el entretenimiento futbolístico que está arraigado entre la mayoría de la población.


Hay una explicación que ayuda entender esta dificultad para conmemorar las fiestas patrias por parte del grupo en el poder y es que éste participa espiritualmente de esa minoría que no está de acuerdo con la versión establecida de la historia mexicana y que está implantada en la mayoría de la población, esa minoría que ha abrevado de cierto rencor histórico por no hacerse un pedestal a la iglesia y a la empresa de lucro privado, por excluirse deliberadamente al conservadurismo representado por Iturbide, Santa Anna, Lucas Alamán, Porfirio Díaz y Victoriano Huerta. Tenemos una historia que canta las hazañas de héroes animados por un pueblo prodigioso compuesto por desheredados de manera más conspicua. Una historia simplificada con una función muy clara: producir nacionalismo. Así es la historia patria en todos los Estados Nacionales, hecha para asegurar la unidad, la identificación de toda una población (diversa) con las instituciones del Estado.


Es desde el rencor que se ha conmemorado el Bicentenario la Independencia de México. Sólo así se entiende que se haya desinvitado al pueblo y se haya desistido de hacer un festejo popular. Felipe Calderón perdió la oportunidad de revertir de manera contundente, en un solo acto, su ilegitimidad. La fiesta del pueblo sin pueblo será motivo para el sonrojo permanente de Felipe Calderón. Por eso, en la cuna de la Independencia, en Dolores Hidalgo, Guanajuato, le gritaron ¡Culeeero!


Adicionalmente, para demérito del actual gobierno federal, el miedo producido por la inseguridad apocó la celebración en las casas. También cayó mal la negligencia de la autoridad frente a quienes utilizaron el Bicentenario para comercializar los productos de sus empresas, degradando los símbolos en mercancía, no precisamente de artesanía popular.


Es una lástima que la reflexión tampoco fuera parte, significado central del Bicentenario. Discutamos México (serie para la televisión) y la utilización de un texto atribuido al historiador Luis González y González (Quién lo decidió) fue el “gran” despliegue de reflexión. Se hizo una revisión incapaz de llamársele como tal, hasta ahí llegó la reflexión, que en su parte más burda se limitaba a un ejercicio de hagiografía. No se atrevieron discutir una realidad lacerante, causa de la insurrección y de la revolución, que no se ha podido modificar, revertir, disminuir, cancelar y que nos sigue lastimando como país: la desigualdad social representada en los extremos de la pobreza y la opulencia, denunciada en la lucha independentista por José María Morelos y Pavón. Esa reflexión simplemente se ignoró.


Que ¡Viva México! Y muera el mal gobierno. Ese es grito de alegría bicentenaria.
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