“Como puedes ver, estamos en el
foso de las serpientes.”
Pier Paolo Pasolini
Nuestra legislación electoral,
junto con las instituciones que de ella se desprenden, son un monumento a la
desconfianza y un mal vehículo para transportarnos a la democracia, un territorio
que parece inalcanzable. De nada vale meticulosidad en la preparación y
cumplimiento de un proceso electoral. Todo un año para minar la certidumbre
ciudadana. En el Estado de México, que no es la excepción, el proceso inició en
la primera semana de septiembre de 2016. De noviembre a enero los partidos
tienen su proceso de selección interna. De enero a marzo de 2017 se hacen las
precampañas. En la última semana de marzo de solicita el registro de
plataformas. El dos de abril se registran los candidatos a gobernador. Del 3 de
abril al 31 de mayo se realizan las campañas. El 4 de junio son las elecciones.
A más tardar será hasta el 16 de agosto que se tenga el cómputo final de la
elección para gobernador. Y el 15 de septiembre, no más allá de esa fecha, se
expide el bando solemne que declara al gobernador electo.
Los principales candidatos, los
contendientes creíbles, han iniciado campaña. Para disgusto de los opinadores
los protagonistas son populistas, de nada han servido las feroces críticas al
populismo. Si es así, dónde se haya el pluralismo del cual se presume mucho. En
las plataformas inscritas, es de suponer y nadie se va a tomar la molestia de
escudriñarlas. La contienda se resume en la mediatización, la mala fe, en la
lucha de los buenos en contra de los malos. Bien a bien es difícil distinguir
los buenos de los malos pues se encuentran infectados, dicen, de populismo. Y luego
el malestar de los opinadores porque los candidatos hacen propuestas
irrealizables y sobre ellas, peor aún, generan esperanzas. Es de preguntarse
¿En qué parte del mundo los políticos no hacen promesas y no inspiran
esperanzas? El problema no está ahí, la bronca comienza cuando tienen que
gobernar y no hay medio ciudadano para reconducirlos según lo prometido, la
ciudadanía queda a merced de los gobernantes y estos no se tientan el corazón
si de cometer arbitrariedades se trata.
Dejemos a un lado la levedad del
moralismo, también a las encuestas de intención del voto. Tras la disolución de
las ideologías o lo que queda de ellas, en la emisión del voto el dinero manda.
Quien tiene más recursos tiene mayores probabilidades de ganar, es el caso de
Alfredo del Mazo. Con toda la lana legal y extralegal lleva las de ganar la
coalición encabezada por el PRI; Del Partido Acción Nacional empezó mal, forzó
la candidatura de Josefina Vázquez Mota. Ella no quería, le torcieron la mano y
no hay modo para hacer una campaña que le resulte gustosa a la propia candidata
panista. Ya se verá si para el mes de mayo se da un cambio de condiciones en
auspicio de sus aspiraciones; En el caso de la candidata de MORENA, Delfina
Gómez, estamos ante una candidatura planeada en la cabeza de López Obrador, que
con deliberación o no, supo acomodar las piezas y la campaña va. En
consideración a hipotética premisa de que el dinero hace ganadores, Delfina se
encamina hacia una derrota segura. Pero, otra vez el manido supuesto, si la
candidata morenista logra el convencimiento entre la mayoría de los votantes -pese
a todos los obstáculos que le interpongan- puede hacer de la urna un medio para
realizar una rebelión cívica, resultado del hartazgo y el descontento respecto
a los actuales y eternos gobernantes.
La democracia está torcida, el
ciudadano vota, pero no gobierna, por conformismo termina imponiéndose el
autoritarismo sin adjetivos.