lunes, 22 de julio de 2019

El dinamitero


El viernes 5 de julio, verano del 2019, Carlos Urzúa se bajó del caballo de la cuarta transformación. Renunció al cargo de secretario de Hacienda, permaneciendo apenas sietes meses como figura del gobierno de López Obrador. Las razones de la decisión están claras: su aislamiento dentro del gabinete presidencial y su frustración por no poder darle peso a su esquema en el documento final del Plan Nacional de Desarrollo que aprobó el Congreso. En el eje central de la renuncia está el desacuerdo con los proyectos de AMLO, el Tren Maya y el reacondicionamiento del aeropuerto de Santa Lucía. Proyectos que, por cierto, eran propuestas de campaña de las que Urzúa estaba más que enterado.

Mientras se mantuvo en el cargo, el renunciante jugó sus fichas para mantener continuidad en la política macroeconómica, las que pese a su dimisión permanecen. Fue su aportación. Lo que no pudo conducir fueron los intereses que, parapetados en la lógica del libre comercio, prohijaron la corrupción, abrevaron del tráfico de influencias. Tampoco pudo conciliar su formación doctrinaria con la visión del papel del Estado y de la economía característicos de López Obrador, que también es doctrinaria.


Salvo excepciones, la mayoría de los columnistas de finanzas y de política subieron el santo al cielo y desde allí otearon el apocalipsis, cuando es sabido que la actual economía interconectada tiene sus derroteros. México no es una isla, la mayor parte de las economías se encuentra en los límites de un modelo, el auge de los nacionalismos es una reacción, las desigualdades sociales una consecuencia de una centralidad basada en el mercado.

Considerando la especificidad de México, uno de los disensos de Carlos Urzúa y de destacados economistas es la pertinencia de una nueva reforma fiscal para financiar el proyecto de desarrollo del actual gobierno. Reforma del actual orden de impuestos a la que el presidente se ha opuesto hasta ahora. AMLO es práctico, nuevos impuestos o su incremento dispararía una sublevación de la sociedad. En la ruta crítica de la presidencia el orden de las prioridades se encuentra la redistribución del ingreso, el combate a la corrupción, el fin al tráfico de influencias. Si logra estos objetivos entonces, solo entonces, cabría pensar una reforma fiscal.

Todo lo escrito hasta aquí de manera suave. A Carlos Urzúa le toca aclarar si utilizó la oficina de encargo para hacer filtraciones con el propósito de detener la 4T, para así no trastocar los límites heredados del bipartidismo. Muy en la línea de su texto de renuncia y de las entrevistas que concedió como exsecretario. El dinamitero no descarriló la economía, como no pocos comentaristas desearon, pero si aceleró los procesos de denuncia en marcha en contra de personajes vinculados al viejo régimen, destaca los casos de Juan Collado y Vicente Fox, por mencionar solo dos.

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