En tres años se transformó la
relación entre la presidencia de la república y los medios tradicionales de
comunicación. Esto puede ser efecto de la coyuntura sexenal en su impronta
Andrés Manuel López Obrador. Tal vez será la oportunidad para el periodismo, de
mantenerse sin supeditarse a ningún poder, sea económico o político. Una utopía
a consideración.
Por lo pronto, han pasado tres
años en dos carriles de comunicación bien diferenciados, a través de los cuales
la ciudadanía se informa de los asuntos públicos.
El carril de la 4T, impulsado por
las mañaneras entre semana y por las asambleas populares los días de gira
presidencial. Se consigue una amplia exhibición del quehacer gubernamental. De
complemento, el Sistema Público de Radiodifusión y las redes sociales. Nadie
puede sentirse desinformado en cantidad y calidad, algo no visto en este siglo
respecto a las administraciones precedentes.
En el otro carril las grandes
empresas periodísticas, descolocadas no sólo por la astringencia de los
recursos provenientes del presupuesto federal, sino por la clausura de la
relación de intimidad entre la prensa y el gobernante, vehículo del intercambio
de favores que hoy brilla por su ausencia.
Se podrían mencionar otros
ejemplos, así está la prensa de los magnates y sus subsidiarias, dispuesta a
echar el resto en contra de la reforma eléctrica. Ignoro si tienen contratos
con empresas que manejan las redes sociales emblemáticas y con los portales de
noticias de Google y Microsoft Edge, para recuperar el acercamiento con segmentos
de la audiencia. Lo cierto es el hecho de que los medios tradicionales se
relanzan en internet porque por sí mismos han perdido el atractivo suficiente
como para que la gente los busque con fervor.