Los cambios en el gabinete presidencial, tantas veces auspiciados, se despliegan sin dar lugar a mayores sorpresas, cayendo en la licuadora de la especulación, sin arrojar luz sobre el beneficio que recibirán los ciudadanos. Son cambios de un gabinete en crisis que pedía su depuración, así fuera parcial, para relanzar al gobierno de Felipe Calderón.
Dos rasgos se destacan en los relevos efectuados (incluido el primero de todos en la dirección nacional del PAN que se dio el año pasado)
Uno es el lazo de afecto entrañable entre un puñado de jóvenes políticos jefaturados por Felipe Calderón: Germán Martínez, Ernesto Cordero, César Nava y Juan Camilo Mouriño son de su establo. No se ha puesto por delante la competencia, las capacidades de los personajes, que las deben de tener. Lo resaltado es el vínculo afectivo. No está mal, pues donde hay afecto hay alegría, donde hay alegría se trabaja chévere.
Se trata sólo de un ingrediente en la formación de un equipo de trabajo, no lo es todo, ni es decisivo, ni es la primera vez. José López Portillo tuvo a su hermana Margarita –en un puesto menor, hay que consignarlo- y a Rosa Luz Alegría en el gabinete; Miguel De la Madrid contó con Alfredo del Mazo y Francisco Labastida; Carlos Salinas puso a Patrocinio González Garrido y lo reventó en la primera que falló, no hubo complacencias cuando quedó en riesgo la seguridad nacional; de Ernesto Zedillo se decía que lo peor era ser su amigo, ha sido la excepción, hasta donde se sabe; con Vicente Fox el vínculo de afecto con Martha Sahagún fue un lastre de su gobierno, el de la pareja presidencial.
Si se tienen metas claras y espacios de influencia bien definidos no debe haber problema de entendimiento en el equipo. Pero si es el afecto lo que cohesiona entonces las responsabilidades se diluyen, se abre una competencia de egos por ser el predilecto del Presidente y se cultiva la devastadora planta de los celos por demostrar quien es el primer espada.
El otro rasgo distintivo es el objetivo pragmático en la realineación del gabinete de Calderón. Sin dar lugar a la explicitud, los cambios están orientados a conseguir la mayoría blanquiazul en la Cámara de Diputados el próximo año y con ello reducir los costos de negociación con la oposición en las iniciativas de ley que le interesen al Ejecutivo. Para algunos comentaristas las formas de operar las sustituciones son idénticas a las que utilizó el PRI. No se dan explicaciones, ni hay rendición de cuentas. Son facultades del Presidente en turno y se cumplen sin discusión. Eso parece. La diferencia es la audiencia objetivo. Con el PRI, aunque fuera por demagogia, se apelaba a fámulos y plebeyos, a campesinos, obreros y grupos populares, para decirlo en la jerga del otrora partidazo. Aquí no hay esa preocupación, ese cuidado. Se cuida, eso sí, la audiencia de los mercados (ver la exposición de Calderón del miércoles 16 de enero durante la XII conferencia anual latinoamericana del grupo Santander en Acapulco, Guerrero).
Sintomático es el encargo que desde los medios ya se le ha impuesto a Mouriño, secretario en Gobernación, sacar adelante la reforma energética. No se considera el conflicto de interés inherente a esa tarea, ocasionado porque que su familia hace negocios en el sector energético. Todavía peor, tiene que cargar con el sambenito de presidenciable antes de tomar sus responsabilidades. Poco se atiende sobre su asunción de responsabilidades respecto a la coerción del Estado. No se sabe si las va a comandar, negligir o a pelotear con otras secretarías. En cambio, el nuevo encargado de Gobernación ha sido insistente en erigirse en el funcionario del diálogo, con el Congreso de manera muy especial. Juan Camilo es una incógnita por despejar en función de su aportación a la seguridad interna y la dañada paz social de México, casi nada se repara en ello. Una zacapela a las afueras de sus oficinas y tres horas de balazos en Tijuana, Baja California, le han dado la bienvenida.
De esperarse, que el gabinete de afectos sea un efectivo gabinete eficaz.
Dos rasgos se destacan en los relevos efectuados (incluido el primero de todos en la dirección nacional del PAN que se dio el año pasado)
Uno es el lazo de afecto entrañable entre un puñado de jóvenes políticos jefaturados por Felipe Calderón: Germán Martínez, Ernesto Cordero, César Nava y Juan Camilo Mouriño son de su establo. No se ha puesto por delante la competencia, las capacidades de los personajes, que las deben de tener. Lo resaltado es el vínculo afectivo. No está mal, pues donde hay afecto hay alegría, donde hay alegría se trabaja chévere.
Se trata sólo de un ingrediente en la formación de un equipo de trabajo, no lo es todo, ni es decisivo, ni es la primera vez. José López Portillo tuvo a su hermana Margarita –en un puesto menor, hay que consignarlo- y a Rosa Luz Alegría en el gabinete; Miguel De la Madrid contó con Alfredo del Mazo y Francisco Labastida; Carlos Salinas puso a Patrocinio González Garrido y lo reventó en la primera que falló, no hubo complacencias cuando quedó en riesgo la seguridad nacional; de Ernesto Zedillo se decía que lo peor era ser su amigo, ha sido la excepción, hasta donde se sabe; con Vicente Fox el vínculo de afecto con Martha Sahagún fue un lastre de su gobierno, el de la pareja presidencial.
Si se tienen metas claras y espacios de influencia bien definidos no debe haber problema de entendimiento en el equipo. Pero si es el afecto lo que cohesiona entonces las responsabilidades se diluyen, se abre una competencia de egos por ser el predilecto del Presidente y se cultiva la devastadora planta de los celos por demostrar quien es el primer espada.
El otro rasgo distintivo es el objetivo pragmático en la realineación del gabinete de Calderón. Sin dar lugar a la explicitud, los cambios están orientados a conseguir la mayoría blanquiazul en la Cámara de Diputados el próximo año y con ello reducir los costos de negociación con la oposición en las iniciativas de ley que le interesen al Ejecutivo. Para algunos comentaristas las formas de operar las sustituciones son idénticas a las que utilizó el PRI. No se dan explicaciones, ni hay rendición de cuentas. Son facultades del Presidente en turno y se cumplen sin discusión. Eso parece. La diferencia es la audiencia objetivo. Con el PRI, aunque fuera por demagogia, se apelaba a fámulos y plebeyos, a campesinos, obreros y grupos populares, para decirlo en la jerga del otrora partidazo. Aquí no hay esa preocupación, ese cuidado. Se cuida, eso sí, la audiencia de los mercados (ver la exposición de Calderón del miércoles 16 de enero durante la XII conferencia anual latinoamericana del grupo Santander en Acapulco, Guerrero).
Sintomático es el encargo que desde los medios ya se le ha impuesto a Mouriño, secretario en Gobernación, sacar adelante la reforma energética. No se considera el conflicto de interés inherente a esa tarea, ocasionado porque que su familia hace negocios en el sector energético. Todavía peor, tiene que cargar con el sambenito de presidenciable antes de tomar sus responsabilidades. Poco se atiende sobre su asunción de responsabilidades respecto a la coerción del Estado. No se sabe si las va a comandar, negligir o a pelotear con otras secretarías. En cambio, el nuevo encargado de Gobernación ha sido insistente en erigirse en el funcionario del diálogo, con el Congreso de manera muy especial. Juan Camilo es una incógnita por despejar en función de su aportación a la seguridad interna y la dañada paz social de México, casi nada se repara en ello. Una zacapela a las afueras de sus oficinas y tres horas de balazos en Tijuana, Baja California, le han dado la bienvenida.
De esperarse, que el gabinete de afectos sea un efectivo gabinete eficaz.