“Esperamos como el santo advenimiento
que la medicina descubra un remedio contra la muerte. Y, como es natural,
consentimos en que la ciencia anexione el terreno de la moral y de la ética.
Cuando todo puede medirse, hablar de elementos espirituales suena rancio”
Andrzej Szczeklik
Se puede adelantar, el mundo ha
entrado a la Era Covid. A ella se ha introducido sin mediar la acción
deliberada de las potencias mundiales, tampoco lo ha querido la economía global
y su poderoso brazo tecnológico. Es la naturaleza la que ha dictado desde sus
secretos, de manera sutil e implacable a la vez, el virus que ha puesto a la
humanidad en alerta permanente.
Cuando la metáfora de lo que se ha dado en llamar viral a las imágenes que se propagan por internet y las redes sociales adheridas a su operación, la expresión que resulta juguetona al grado de trivializarse en la demanda de algunos mensajes ¡Hazlo viral! La metáfora no resulta graciosa confrontada con la propagación de los virus. Los virus que en realidad tienen un sentido letal, a los que la ciencia médica busca contener y reducir. Fin de juego.
El SARS-CoV2 no sólo reta a la
ciencia, también es un desafío a la civilización centrada en el desarrollo
tecnológico. Están a prueba todas las culturas, usos, costumbres y las
superestructuras jurídicas de los estados nacionales.
En México, además de la pandemia,
se está librando la batalla contra un tipo de “comorbilidad” llamada
corrupción. Así como hay gente que considera al coronavirus una invención,
también hay intelectuales -lo que eso signifique- que consideran a la
corrupción una práctica inextinguible. En otros tiempos no remotos se acuñó la
figura surreal de enriquecimiento inexplicable, velando la diferencia entre lo
lícito y lo ilícito. En los años recientes, la corrupción se mimetizó en
contratos, empresas fantasmas, en paraísos fiscales, por ejemplo, haciendo del
libre comercio su coartada perfecta.
Las reformas estructurales
publicitadas para superar rezagos en la calidad de vida de la familia mexicana
se convirtieron en incubadoras de la corrupción. Situación a la que no quedó
exento el sistema nacional de salud. La salud pública se desdobló en un esquema
público-privado sin nombrarlo a así. Esto hizo indeterminable la fiscalización
y facilitó borrar los límites de las responsabilidades. Se llegó a sustituir
agua por medicamento. Se especuló con el precio de las medicinas, esto es, se
aplicó sobreprecio. Se quedaron hospitales sin concluir su construcción, sin
médicos ni equipamiento. Se monetizó la salud pública, la rentabilidad se
impuso. En el lenguaje de los servicios públicos de salud se introdujo el
costo-beneficio, la tasa de retorno. Mientras el derecho a la salud quedó
conculcado.
Bajo estas condiciones se ha
enfrentado la pandemia. Por eso, el caso de Emilio Lozoya Austin va más allá
del proceso judicial. Es un llamado para erradicar la corrupción, como se hizo
y se sigue haciendo en las campañas de vacunación para limitar las enfermedades
virales.