viernes, 3 de octubre de 2008

Noticia del pasado


Como cada año, las páginas de los diarios se despliegan para informar de un lamentable suceso del pasado, también lo hacen los medios electrónicos. Lo hacen como la mayoría de esos medios no lo hizo en el momento de la noticia. Se repite la frase: 2 de octubre no se olvida. Miles de ciudadanos vuelven a salir a la calle para condenar la represión del movimiento estudiantil de 1968. Se exponen de nuevo las hipótesis del complot norteamericano a través de la CIA, del complot soviético a través de la KGB. Se comenta el contexto de sucesión presidencial como motor oculto de la protesta estudiantil.

Estas versiones que coinciden en exhibir a estudiantes politécnicos y universitarios manipulados por fuerzas extrañas, manipulación supuesta que los hace marionetas, totalmente inconscientes de su propia movilización. Y vuelve la retahíla del 68 y su efecto purificador sobre la vida política nacional. Sin el 68 México no sería democrático. Ah! Y qué más.

Se pierde la verdad simple. Los jóvenes que se preparaban en los centros de educación superior, salieron a protestar contra un régimen de libertades restringido, al grado de que la protesta social se enfrentaba desde el gobierno con la aplicación del código penal. Por eso para el régimen era normalidad legal reprimir la movilización social. La posrevolución había entrado en una dinámica represiva una década antes de 1968 y la prosiguió con la guerra sucia después de ese año.

Lo que dejó el 68 fue una serie de acciones gubernamentales y reformas que en cierta manera pretendieron superar el trauma del 68. De 1970 a 1982 el régimen buscó a través del gasto público responder al descontento social sin modificar de fondo las prácticas autoritarias. Después se dieron reformas de liberalización económica y política.

Hasta ahora, todo ese reformismo, incluyendo la novedad del gobierno dividido (1997) y la alternancia del Ejecutivo federal (2000), ha sido insuficiente. La desigualdad social y la impunidad siguen siendo el rostro desagradable del cuerpo nacional. En México no se vive mejor. Masas de jóvenes no tienen empleo, ni van a la escuela. Miles emigran porque el país sencillamente no los puede cobijar en el presente y su futuro es incierto en el suelo que los vio nacer. Miles se integran a la economía informal. Cientos se incorporan a las actividades delictivas. No se tiene un régimen renovado. Todavía peor, se ha vuelto moneda común hablar de un Estado fallido. El Estado ha perdido el monopolio de la violencia que hoy le disputa el crimen organizado.

Cuarenta años después, México no está mejor. La visión del 68 como parteaguas no queda bien parada en un sentido positivo frente al desastre actual. Se sigue cocinando la misma noticia del pasado atribuyéndole beneficios que buena parte de la población y del territorio no alcanza. Al final de la jornada se erige una fecha cívica más, celebratoria del dolor y carente de alegría, como lo han sido las fechas conmemorativas que integran el calendario patrio.

De manera grotesca, el pasado se encarga de secuestrar el futuro.

lunes, 29 de septiembre de 2008

Afligidos


Para hacer la guerra y estar dispuesto a matar se debe poseer total insensibilidad respecto al otro. Disposición para la guerra es indicador de que se es portador de una condición mentalmente patológica (no importa aquí la cobertura nacional, religiosa, ideológica o necesidad que la justifique). Hasta que llega el momento en que la sensibilidad despierta y espabila al sujeto. Entonces la conciencia le permite reconocer los excesos y recapacitar para reparar. Mientras la sensibilidad se mantenga adormecida la guerra tiene el soporte síquico para desplegarse. Los imborrables acontecimientos de la noche del 15 de septiembre en la plaza de Morelia, en Michoacán, pueden ser aprovechados positivamente para salir del pasmo en el que se sumerge la sociedad ante el persistente oleaje criminal.

Pero cuando esa guerra es declarada por la autoridad para abatir al crimen organizado, la sensibilidad del gobernante está a toda prueba en cada una de sus decisiones y acciones. La persistencia de la nota roja en las primeras planas de los diarios constituyen el parte de guerra que la autoridad escamotea día a día, mientras el gobierno pide que no se les dé publicidad a esos actos, a excepción de que constituyan un spot difundido por la casa presidencial. Muchas voces han pedido al gobierno que modifique su estrategia, otras más le solicitan el cambio de gabinete de seguridad. La percepción del gobernante se sitúa distante de la ciudadana.

La situación no tiene medida o rasero respecto a lo que es el límite crítico después del cual, una vez rebasado, un país va al despeñadero. El Presidente fue la semana pasada a Nueva York a soltar un discurso en la ONU que no tuvo mayor repercusión, a decir ante empresarios estadounidenses que la depresión económica global no le va a pegar a México, a tocar la campana en la Bolsa de Valores en la Urbe de Hierro, a intercambiar con Shakira y Alejandro Sanz asuntos relacionados con la caridad continental. A Felipe Calderón, sus manejadores de imagen, lo hicieron aparecer relajado y confiado, apariencia totalmente opuesta a la que se está viviendo en México. Esta disociación es botón de la insensibilidad calderonista.

Es en la nota roja donde con regularidad se hace un recuento de los decesos en este combate a la delincuencia. Y el espacio es escaso para hablar de los parientes afligidos, el más difundido ha sido el del empresario Alejandro Martí. Los deudos, en su gran mayoría, no ameritan hasta ahora una estadística con su narración al calce. Cuántos padres han perdido a sus hijos, cuántas mujeres han quedado viudas, cuánta orfandad ha generado la violencia. Cómo estarán estas familias, quiénes se preocupan por ellas. Tendrán una idea de futuro hecha con resignación o cultivando la resentida venganza. No hay interés de la autoridad por acercarse a toda esta gente dolorida. Se piensa en recursos fiscales, jurídicos, en la creación de aparato burocrático, no cabe la idea de reconciliar a estas familias desgarradas para integrarlas a la hoy dañada convivencia. Y no es una despreocupación exclusiva de las instancias federales, también las estatales y municipales están desinteresadas.

No se puede ocultar más que la violencia desbocada se da en el contexto de una sociedad dividida, división de la cual la delincuencia es expresión brutal. Conocer las causas de la escisión, buscar la reconciliación, es competencia de una autoridad legítima ¿La tenemos?
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