lunes, 29 de septiembre de 2008

Afligidos


Para hacer la guerra y estar dispuesto a matar se debe poseer total insensibilidad respecto al otro. Disposición para la guerra es indicador de que se es portador de una condición mentalmente patológica (no importa aquí la cobertura nacional, religiosa, ideológica o necesidad que la justifique). Hasta que llega el momento en que la sensibilidad despierta y espabila al sujeto. Entonces la conciencia le permite reconocer los excesos y recapacitar para reparar. Mientras la sensibilidad se mantenga adormecida la guerra tiene el soporte síquico para desplegarse. Los imborrables acontecimientos de la noche del 15 de septiembre en la plaza de Morelia, en Michoacán, pueden ser aprovechados positivamente para salir del pasmo en el que se sumerge la sociedad ante el persistente oleaje criminal.

Pero cuando esa guerra es declarada por la autoridad para abatir al crimen organizado, la sensibilidad del gobernante está a toda prueba en cada una de sus decisiones y acciones. La persistencia de la nota roja en las primeras planas de los diarios constituyen el parte de guerra que la autoridad escamotea día a día, mientras el gobierno pide que no se les dé publicidad a esos actos, a excepción de que constituyan un spot difundido por la casa presidencial. Muchas voces han pedido al gobierno que modifique su estrategia, otras más le solicitan el cambio de gabinete de seguridad. La percepción del gobernante se sitúa distante de la ciudadana.

La situación no tiene medida o rasero respecto a lo que es el límite crítico después del cual, una vez rebasado, un país va al despeñadero. El Presidente fue la semana pasada a Nueva York a soltar un discurso en la ONU que no tuvo mayor repercusión, a decir ante empresarios estadounidenses que la depresión económica global no le va a pegar a México, a tocar la campana en la Bolsa de Valores en la Urbe de Hierro, a intercambiar con Shakira y Alejandro Sanz asuntos relacionados con la caridad continental. A Felipe Calderón, sus manejadores de imagen, lo hicieron aparecer relajado y confiado, apariencia totalmente opuesta a la que se está viviendo en México. Esta disociación es botón de la insensibilidad calderonista.

Es en la nota roja donde con regularidad se hace un recuento de los decesos en este combate a la delincuencia. Y el espacio es escaso para hablar de los parientes afligidos, el más difundido ha sido el del empresario Alejandro Martí. Los deudos, en su gran mayoría, no ameritan hasta ahora una estadística con su narración al calce. Cuántos padres han perdido a sus hijos, cuántas mujeres han quedado viudas, cuánta orfandad ha generado la violencia. Cómo estarán estas familias, quiénes se preocupan por ellas. Tendrán una idea de futuro hecha con resignación o cultivando la resentida venganza. No hay interés de la autoridad por acercarse a toda esta gente dolorida. Se piensa en recursos fiscales, jurídicos, en la creación de aparato burocrático, no cabe la idea de reconciliar a estas familias desgarradas para integrarlas a la hoy dañada convivencia. Y no es una despreocupación exclusiva de las instancias federales, también las estatales y municipales están desinteresadas.

No se puede ocultar más que la violencia desbocada se da en el contexto de una sociedad dividida, división de la cual la delincuencia es expresión brutal. Conocer las causas de la escisión, buscar la reconciliación, es competencia de una autoridad legítima ¿La tenemos?

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