Fue Felipe Calderón a Nueva York. Gira de tres días en los que su agenda tiene el interés proponer la colaboración internacional en materia de seguridad. El destino que se ha forjado en su gestión como gobernante de México lo ha llevado a compartir su preocupación por el combate a la inseguridad a otros países. Quien iba a decir que aquel candidato del empleo ahora arrastre penosamente el tema de la seguridad, que en el origen del sexenio tenía un claro sentido legitimador.
Cuando en diciembre del 2006 se instruyó al Ejército como punta de lanza en contra del crimen organizado, se prescindió del cálculo elemental sobre el arraigo de las actividades ilícitas en estructuras de gobierno, policial y como actividad sensiblemente extendida dentro de la sociedad. Mal que bien, en 2007 la estrategia en contra de la delincuencia no se percibía desbordada por el hampa afectada, aunque lo estuviera. Todavía en diciembre de ese año el gobierno hizo una primera evaluación interna de su primer año de ejercicio. No se publicitó el resultado de la evaluación, pero de ella derivó lo que ha sido la decisión más acariciada de la actual administración: impulsar la reforma energética.
En ese esquema, a la prioridad del combate a la inseguridad le vino el rebase por el tema energético. Para enero de 2008 el Presidente estaba exultante de optimismo, llegó a declarar que en el fondo la adversidad –del panorama económico mundial- le emocionaba. Tan le importaba ese giro energético de su agenda nacional, que el relevo en Gobernación no estaba motivado por la inseguridad. Recientemente, el presidente Calderón confesó que el arribo de Juan Camilo Mouriño al despacho de Bucareli tenía el propósito de negociar la reforma energética.
En la especulación presidencial, si Mouriño era bueno para los negocios asociados a la energía entonces sería bueno para llevar a buen puerto dicha reforma. Una falacia desastrosa. Ni pudo conducir el debate energético, mucho menos ganarlo. Y en ese afán reformador, Mouriño terminó en medio, atrapado en la beligerancia del crimen organizado, circunstancia para la cual nunca se había preparado, nombramiento que desde el punto de vista de la política interior nunca tuvo congruencia, por decir lo menos.
Ahora se ve como en su comparecencia ante diputados del martes 23 de diciembre, JC sufre su encargo junto con el Procurador y el Secretario de Seguridad Pública. El presidente Calderón puso por delante el tema de la inseguridad desde el inicio de su gestión, lo malo es que la estrategia no ha sido consistente y, en consecuencia, ha fallado ante los ojos de la opinión pública. Tan es así que la inseguridad hoy es lamento y plañido dentro del periplo neoyorquino que hoy concluye.
Por el bien de todos, se desea que Felipe Calderón reconozca lo que no funcionó y corrija lo que haya que corregir. Es inaceptable el baño de sangre como destino de país.
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