Dos consensos se extienden a lo largo y ancho del país. Uno se refiere a la disposición de gobierno y sociedad para rechazar las agresiones del crimen organizado. En eso todos están de acuerdo, más ahora que la violencia ha involucrado a inocentes. Es un consenso que el miedo ha terminado por rubricar y, a excepción de la delincuencia organizada, la lucha tiene el apoyo de todos, nadie la rechaza.
Lo que está en cuestión, y ese es el otro consenso plasmado en la opinión de la prensa escrita, es la estrategia gubernamental para combatir al crimen organizado. En ese punto la opinión es casi unánimemente adversa al presidente Calderón, salvo las cúpulas que albergan el Consejo Coordinador Empresarial, la mayoría muestra desacuerdo con la forma como hasta ahora el gobierno ha conducido este combate. El mismo secretario en gobernación insiste en afirmar que la estrategia está bien y no se va a modificar, lo que equivale a aceptar que las consecuencias sangrientas estaban previstas hasta en hechos como los ocurridos la noche del 15 de septiembre en Morelia, Michoacán. Pero no se dice hasta cuando se puede mantener la actual estrategia.
Con esa falta de humildad que muestra Felipe Calderón y sus cercanos, nunca alcanzarán la estrella de la redención. El orgullo no puede ser tan grande como para dar cabida a la desvergüenza. Sin atender la amplia opinión adversa, se limitan a proponer leyes, burocracia y presupuesto para combatir al crimen organizado, sin mirar hacia el cómo se construyó, inconscientemente, el proceso que llevó al país a caer en manos del crimen organizado. Como si se tratara de una maldición divina para obviarse las explicaciones.
Y así está el país, mirándose el ombligo de sus desgracias, atado a un modelo globalizador que hace agua desde el centro de sus promotores. El modelo se acabó, reconoce Carlos Elizondo Mayer-Serra (Reforma). El sistema financiero autorregulado no aguantó más y el presidente George W. Bush ha tomado medidas de salvataje estatal para rescatar porciones del sistema financiero asentadas en los Estados Unidos: hipotecarias, bancos, aseguradoras.
Ese modelo de acumulación que tenía entre sus tesis centrales la degradación del interés público ante los apetitos privados y el consecuente desmantelamiento del aparato público, para demostrar la bondad de la mano invisible, sin sospechar que la mano ensangrentada de la delincuencia operaría en paralelo al debilitamiento del Estado que cedía responsabilidades al mercado.
Para desgracia, esta apreciación de muchos es ignorada un día sí y otro también por el gobierno.
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