Uno de los cambios sensibles, no
precisamente visible, que ha traído el nuevo gobierno es la finalización del
recreo de una administración que dejó a México en el hoyo. Por eso no hay
recreo, la cuesta es menos amable de lo que la propaganda y los buenos deseos
nos quieren persuadir.
La exhibición de la violencia
reciente es continuación de lo vivido en los últimos años y no hay un corte
sexenal tajante. No se trata de los muertos de Enrique Peña Nieto que con ligereza
se le adjudica. Los cadáveres esparcidos en el Valle de México durante 2013 nos
indican que la violencia está ahí. La sociedad y las instituciones que ella se
da, de manera informal o a través del gobierno –en forma de poderes constitucionales
y niveles de gestión gubernamental- no han reducido la violencia criminal.
Aunque sea a una proporción relativamente pequeña de la sociedad, el crimen le
resulta atractivo. Bien porque la economía no responde a las pulsiones que
desata ella misma y en la disputa por la riqueza el crimen organizado ha
encontrado la forma de establecerse, es un negocio de riesgos –violencia- y con
ganancias inmediatas.
Tampoco hay un cambio tajante en
materia presupuestal. El Presupuesto de Egresos de la Federación se dice que es
inercial. Lo que debería atenderse es que esa disposición de recursos fiscales
está obligada a rendir en la calidad y cantidad de los bienes y servicios
públicos. Lo que falló en la pasada administración fue la coordinación, hay
partidas del presupuesto que se reiteran en disposiciones destinadas al
Programa Especial Concurrente que se destina al campo, o la agrupación de recursos
para los pueblos indígenas o el destinado para las mujeres, por ejemplo. Dichas
partidas requieren de una coordinación real, no simulada. Supongo que la Ley de
Contabilidad Gubernamental, recién reformada y cacareada, como la norma que
acabe con esa simulación y efectivamente haga evidente la utilización de los
recursos para los fines que fueron destinados.
Otro punto a destacar de estas
primeras semanas de un nuevo gobierno es el sabor amargo de la crítica cotidiana
en los medios. Ya no se está en la comodidad del control absoluto de los medios
desde Los Pinos, ahora se tiene que lidiar con medios convertidos en poderes
fácticos y redes sociales que producen versiones, fundadas o no, sobre el
acontecer del país. Ante el condicionamiento mediático el gobierno tiene que
ser capaz de poseer la mejor información, la que es fiel a la realidad. Ofrecerla
con oportunidad, no quedarse a la defensiva. Esto exige un cuerpo de altos funcionarios metido en la
materia de sus respectivas responsabilidades, aspirando a ser ejemplar antes
que popular, pues el ejemplo instruye en hacer de la norma un hábito, lo
contrario de la popularidad que se gana dándole la vuelta a las obligaciones.
Hechas estas consideraciones, no
se le pida a lo que inicia los logros de un ciclo largo. Ya veremos si el
trabajo previo del equipo de transición y la consumación próxima de los
primeros cien días de gobierno terminan de cincelar la Presidencia Democrática.