sábado, 19 de enero de 2013

No hay recreo

 
Uno de los cambios sensibles, no precisamente visible, que ha traído el nuevo gobierno es la finalización del recreo de una administración que dejó a México en el hoyo. Por eso no hay recreo, la cuesta es menos amable de lo que la propaganda y los buenos deseos nos quieren persuadir.
 
La exhibición de la violencia reciente es continuación de lo vivido en los últimos años y no hay un corte sexenal tajante. No se trata de los muertos de Enrique Peña Nieto que con ligereza se le adjudica. Los cadáveres esparcidos en el Valle de México durante 2013 nos indican que la violencia está ahí. La sociedad y las instituciones que ella se da, de manera informal o a través del gobierno –en forma de poderes constitucionales y niveles de gestión gubernamental- no han reducido la violencia criminal. Aunque sea a una proporción relativamente pequeña de la sociedad, el crimen le resulta atractivo. Bien porque la economía no responde a las pulsiones que desata ella misma y en la disputa por la riqueza el crimen organizado ha encontrado la forma de establecerse, es un negocio de riesgos –violencia- y con ganancias inmediatas.
 
Tampoco hay un cambio tajante en materia presupuestal. El Presupuesto de Egresos de la Federación se dice que es inercial. Lo que debería atenderse es que esa disposición de recursos fiscales está obligada a rendir en la calidad y cantidad de los bienes y servicios públicos. Lo que falló en la pasada administración fue la coordinación, hay partidas del presupuesto que se reiteran en disposiciones destinadas al Programa Especial Concurrente que se destina al campo, o la agrupación de recursos para los pueblos indígenas o el destinado para las mujeres, por ejemplo. Dichas partidas requieren de una coordinación real, no simulada. Supongo que la Ley de Contabilidad Gubernamental, recién reformada y cacareada, como la norma que acabe con esa simulación y efectivamente haga evidente la utilización de los recursos para los fines que fueron destinados.
 
Otro punto a destacar de estas primeras semanas de un nuevo gobierno es el sabor amargo de la crítica cotidiana en los medios. Ya no se está en la comodidad del control absoluto de los medios desde Los Pinos, ahora se tiene que lidiar con medios convertidos en poderes fácticos y redes sociales que producen versiones, fundadas o no, sobre el acontecer del país. Ante el condicionamiento mediático el gobierno tiene que ser capaz de poseer la mejor información, la que es fiel a la realidad. Ofrecerla con oportunidad, no quedarse a la defensiva. Esto exige un  cuerpo de altos funcionarios metido en la materia de sus respectivas responsabilidades, aspirando a ser ejemplar antes que popular, pues el ejemplo instruye en hacer de la norma un hábito, lo contrario de la popularidad que se gana dándole la vuelta a las obligaciones.
 
Hechas estas consideraciones, no se le pida a lo que inicia los logros de un ciclo largo. Ya veremos si el trabajo previo del equipo de transición y la consumación próxima de los primeros cien días de gobierno terminan de cincelar la Presidencia Democrática.
 

lunes, 14 de enero de 2013

Bienvenidos a la realidad


 
México ha pasado, no ha salido, de una atmósfera de crispación, la cual se gestó desde el  abandonó del nacionalismo revolucionario, de ahí la instrumentación autoritaria del liberalismo económico, la democratización de los procesos electorales, la insurgencia de Los Altos de Chiapas, el advenimiento del gobierno dividido, la alternancia por la derecha, el fortalecimiento de los poderes fácticos. Todo ello, en proceso, ha llevado al regreso del Partido Revolucionario Institucional a retomar la conducción del poder ejecutivo federal. Un regreso para un país que ha cambiado, en el que las voces de la sociedad, no todas, se escuchan si no con claridad sí con desparpajo. Si no se escuchan con claridad no es porque no haya condiciones para una mejor exposición de demandas, simplemente, no siempre se expresan los intereses que quedan bajo cubierta.
El hecho es que esta realidad sucinta y fragmentariamente descrita le toca gobernar a Enrique Peña Nieto. Frente a ella es evidente un estilo de gobernar que difiere de sus antecesores inmediatos. El Presidente atiende a sus adversarios, a sus opositores, como colaboradores potenciales. El Pacto por México y la publicación de la Ley de Víctimas son ejemplo de ese estilo personal. Esta actuación no supone el Estado de Guerra, la condena al pasado o la invención de chivos expiatorios, solamente es la base para abordar la pacificación del país.
Para ello se persiste en un modelo económico que no ha rendido como para que la estabilidad macroeconómica se refleje en el bolsillo en el bolsillo de los mexicanos. En esa complicación se cuenta con dos políticas por establecer, la reforma fiscal y la rendición de cuentas. Con una se deberían suprimir los privilegios fiscales de los que más ganan, con la otra hacer frontal el combate a la corrupción. Estas dos definiciones afectan intereses, someterlos con la ley en la mano es el reto del nuevo gobierno.
Otro aspecto con el que tendrá que batallar Peña Nieto es la realidad de que su grupo –gabinete legal y ampliado- no es un grupo homogéneo, no todos han seguido la ruta crítica al poder junto con el mexiquense, o lo han hecho desde la incondicionalidad del pago de favores o  se encumbraron por el reparto de cuotas. Hay un segmento fuera del foco mediático que sienten el regreso a Los Pinos como un retorno al punto temporal en el que los marginó la alternancia. Llegan sin hacer propuesta sobre la materia de su encargo, eso sí, con una nube de guaruras y con el ánimo de cambiarle a la gente hasta su manera de andar por asuntos nimios como la vestimenta y los objetos personales de escritorio.
Lo dicho, bienvenidos a la realidad.

   

 
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