“¿hay una especie de amable
consenso general de ceguera?”
Henry James
Todavía no valoramos la situación
postraumática de los damnificados por los sismos y la reconstrucción es ya una
forma de hacer campaña.
Nadie quiere que le coman el mandado,
bien vale politizar la desgracia, llevando agua al molino de la causa
electoral, sin detenerse a resolver los problemas nacionales de una
modernización “mostrenca”.
Si López Obrador lleva años en
campaña, es porque la lucha por el poder no se ajusta a los moditos electorales que
administra el INE. Eso lo saben los partidos, sobre todo los poderes fácticos
que sacan mayor provecho. La autoridad electoral carece de recursos para influir
sobre las cúpulas empresariales, que actúan para reconducir a su antojo el
proceso, agremiados suyos disponen de la mayoría de los medios de comunicación
masiva. Les apura desperdiciar el tiempo y se han sumado a la construcción de
la candidatura de José Antonio Meade. El siglo XXI es rico en experiencia de la
operación empresarial. Sus cúpulas, no los ciudadanos, han impuesto presidentes
de la república. La nueva “dictadura perfecta”.
Se sigue cultivando la
presidencia providencial a sabiendas de que las elecciones no transforman, por
el contrario, pueden profundizar los problemas nacionales. Los partidos no
reflejan pluralidad pues se ha establecido la “ideología fría” del mercado, un
dogmatismo religioso sin Dios. La casta tecnocrática infiltra a los partidos y
a los independientes. En la oferta no hay de donde escoger, ni López Obrador
está en condiciones para alterar la hegemonía del mercado.
Los candidatos por venir son lo
de menos, reconstruir lo público es impostergable. Para ello hay que comenzar
por identificar las consecuencias de la transformación realizada al margen de
los ciudadanos, acotada por intereses socialmente minoritarios.
Se presume de que en el
subsistema político el voto cuenta y se cuenta, para así abatir el
autoritarismo. La desregulación económica iba a ser capaz, por los menos, de
diluir la corrupción del Estado interventor si este desaparecía. Sólo por
mencionar dos hitos reformadores que marcan un antes y un después.
¿Qué sucedió? Se disminuyó al
Estado en la creencia de una sana resolución privada. Contrario a lo previsto,
la corrupción salió indemne y fortalecida tras las reformas. En la pendiente de
la destrucción de identidades colectivas, fuente de acción colectiva y
solidaridad, la delincuencia ocupó un espacio como nunca en el pasado, se
encastró en la economía y en estructuras de gobierno. Esto es, quedó ensamblada.
La inseguridad se estableció consecuentemente a la articulación entre delito,
economía y política. Nada más falta que el delito se declare cultural.
Independientemente de la disputa
electoral, lo que el país necesita es reconstruir lo público sobre la base de
la seguridad efectiva y una real procuración de justicia, que sea profesional,
sin la manga ancha de la interpretación de la ley o de sus vacíos.