martes, 31 de octubre de 2017

De los sismos a las campañas

“¿hay una especie de amable consenso general de ceguera?”
Henry James

Todavía no valoramos la situación postraumática de los damnificados por los sismos y la reconstrucción es ya una forma de hacer campaña.

Nadie quiere que le coman el mandado, bien vale politizar la desgracia, llevando agua al molino de la causa electoral, sin detenerse a resolver los problemas nacionales de una modernización “mostrenca”.

Si López Obrador lleva años en campaña, es porque la lucha por el poder no se ajusta a los moditos electorales que administra el INE. Eso lo saben los partidos, sobre todo los poderes fácticos que sacan mayor provecho. La autoridad electoral carece de recursos para influir sobre las cúpulas empresariales, que actúan para reconducir a su antojo el proceso, agremiados suyos disponen de la mayoría de los medios de comunicación masiva. Les apura desperdiciar el tiempo y se han sumado a la construcción de la candidatura de José Antonio Meade. El siglo XXI es rico en experiencia de la operación empresarial. Sus cúpulas, no los ciudadanos, han impuesto presidentes de la república. La nueva “dictadura perfecta”.



Se sigue cultivando la presidencia providencial a sabiendas de que las elecciones no transforman, por el contrario, pueden profundizar los problemas nacionales. Los partidos no reflejan pluralidad pues se ha establecido la “ideología fría” del mercado, un dogmatismo religioso sin Dios. La casta tecnocrática infiltra a los partidos y a los independientes. En la oferta no hay de donde escoger, ni López Obrador está en condiciones para alterar la hegemonía del mercado.

Los candidatos por venir son lo de menos, reconstruir lo público es impostergable. Para ello hay que comenzar por identificar las consecuencias de la transformación realizada al margen de los ciudadanos, acotada por intereses socialmente minoritarios.

Se presume de que en el subsistema político el voto cuenta y se cuenta, para así abatir el autoritarismo. La desregulación económica iba a ser capaz, por los menos, de diluir la corrupción del Estado interventor si este desaparecía. Sólo por mencionar dos hitos reformadores que marcan un antes y un después.

¿Qué sucedió? Se disminuyó al Estado en la creencia de una sana resolución privada. Contrario a lo previsto, la corrupción salió indemne y fortalecida tras las reformas. En la pendiente de la destrucción de identidades colectivas, fuente de acción colectiva y solidaridad, la delincuencia ocupó un espacio como nunca en el pasado, se encastró en la economía y en estructuras de gobierno. Esto es, quedó ensamblada. La inseguridad se estableció consecuentemente a la articulación entre delito, economía y política. Nada más falta que el delito se declare cultural.


Independientemente de la disputa electoral, lo que el país necesita es reconstruir lo público sobre la base de la seguridad efectiva y una real procuración de justicia, que sea profesional, sin la manga ancha de la interpretación de la ley o de sus vacíos.

Igualmente, concebir y establecer un sistema universal de salud y un sistema universal de educación como matrices de la formación ciudadana. Después de todo, el desastre reformador es correlato de la débil formación ciudadana.


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