En política hay ciertas
operaciones donde los matices ayudan a resolver el fondo de las disputas
aparentemente irreductibles, como lo son los diálogos sí-no, no-sí, ad
infinitum. Abrazos, no balazos -dijo el clásico- y toda la oposición se le
fue encima a López Obrador al inicio de su gestión. Nunca se negó el uso de la
violencia del Estado en situaciones extremas. Se hizo énfasis en el compromiso
de evitar las masacres de civiles ejecutadas por la fuerza pública a las que quisieron
acostumbrar a los mexicanos otros presidentes, como eventos naturales,
indefectibles. El motín del primero de enero de este año en un reclusorio estatal
abrió las puertas de la cárcel a treinta reos peligrosos y cegó la vida de
varios custodios. Ciudad Juárez, Chihuahua, vivió horas de zozobra. Se
desplegaron las fuerzas de seguridad y se alcanzó a abatir al líder de los
fugados. Los cruentos sucesos exigieron el uso letal de la fuerza. Los balazos
respondieron a los balazos. El caso de una situación extrema.
Al tercer día, la madrugada del 3
de enero, se inició otro despliegue, esta vez en el municipio de Culiacán,
Sinaloa, con el propósito de capturar en serio a un joven narcotraficante
metido en el negro negocio del fentanilo. Como si el anterior evento sirviera
para corroborar redes de comunicación entre criminales y así precipitar el
apresamiento de Ovidio Guzmán, al que las fuerzas de seguridad venían velando
desde hace seis meses. De nuevo balazos, con su estela de muertes lamentables.
Abrazos, no balazos, es un fraseo
que contiene un matiz que se ha mostrado con elocuencia en estos dos casos. La agresión
de los criminales es respondida con la fuerza del Estado.
Otra área en el que la retórica oficial
hay que tamizarla con el pragmatismo es la diplomacia. La Cumbre de
Norteamérica -Canadá, Estados Unidos y México- celebrada en el transcurso de
esta semana que concluye y acompañada de encuentros bilaterales con el
anfitrión. Para algunos comentaristas la serie de eventos no dieron grandes
resultados. Para el presidente López Obrador, su propuesta de desarrollo
continental no prosperó como hubiera querido, pero se perseveró en el consenso
y las políticas para el desarrollo regional de los tres países reunidos. Visto
sin desmenuzar, este es un hecho nada despreciable. Lo más importante, la
confirmación del principio de la soberanía de los Estados como eje conductor de
la diplomacia. Principio abandonado por los cinco presidentes de México que
antecedieron al actual.
Si no descolló el tema continental,
sí se afincó la temática regional, lo cierto es: con todo el peso de los
mandatarios reunidos, la palabra globalización no fue requerida, no por “globalifobia”,
sino porque su uso llegó a sus límites, por ahora, bajo un cuadro mundial de
reivindicaciones nacionalistas, urgencias regionales y, de manera punzante, la
guerra en Ucrania, nadie quiere mentar la soga en casa del ahorcado.
Contra los pronósticos reaccionarios,
la diplomacia se ha convertido en uno de los activos de la 4T. Y decían que en
materia de política exterior el principal problema que tendría el gobierno era
la inhabilidad de López Obrador para hablar inglés ¡Qué bobada!