Bien, el presidente Calderón ha dialogado con quienes ha considerado pertinente hacerlo. Se confirma el consenso establecido de combatir al crimen organizado que, dicho sea de paso, no requiere de consenso en sí, pues no hay actor que se exprese a favor o defienda a la delincuencia organizada. Las diferencias y las recriminaciones fueron hechas, el llamado a la unidad también.
Ojala se modifique la estrategia hasta ahora seguida, sujeta básicamente a un esquema policiaco militar. Para ello ya no es suficiente simples analogías como aquella del tumor cancerígeno y su obligada extirpación, no más parábolas para zaherir inútilmente a los políticos de oposición. Enterados estamos que en su momento debido no se hizo el ejercicio obligado de consulta, sabemos que las instituciones encargadas de llevar adelante la encomienda de combatir la inseguridad pública no han estado a la altura del reto. Demos vuelta a la página.
Qué es lo que sigue. Sigue un giro para no descansar sólo en la estrategia del uso de la fuerza pública. Más allá de las conclusiones del parloteo del día de hoy con los gobernadores y de las sesiones que antecedieron, considerando desde exigir el control del tráfico de armas a los Estados Unidos y mejorar la efectividad del sistema de aduanas, intervenir los santuarios financieros del narcotráfico y todo el esquema de lavado de dinero, hasta la prevención de adicciones y la erradicación de la colusión de los servidores públicos y un extenso bla-bla-bla.
Esta bien, pero no es el sustento de una estrategia exitosa. Y no encuentro como decirlo de mejor manera. Así es que considerando una anécdota circulada por Julián Andrade en La Razón de México Calderón: The West Wing y la parábola del rey. Según esta anécdota, en la toma de decisiones que se da en Los Pinos, los asesores ofrecen al Presidente situaciones que aparecen en las series de televisión. Pues bien, quiero aquí referirme a otro drama televisivo, Breaking Bad, una serie que borda el tema de la producción y consumo de drogas desde la perspectiva del deterioro de la vida en familia, en una situación crítica en extremo. Los capítulos van narrando el declive de un profesionista, un químico dedicado a la docencia y alcanzado por el empleo malamente remunerado. Por si fuera poca su desgracia, se le ha diagnosticado un cáncer terminal. Además, tiene un hijo adolescente con parálisis cerebral y su mujer está esperando una niña. El mundo se le acaba y sólo encuentra un camino para salvar a su familia del desastre: conseguir dinero a como dé lugar. La inveterada asociación entre el dinero y el delito. El personaje principal Walter White, actuado por Bryan Cranston, aprovecha sus conocimientos y la colaboración de un joven adicto para emprender el negocio de la producción de metanfetaminas. De ahí en adelante se suceden la serie de peripecias escabrosas y sombrías. Se entiende un contexto, donde el individuo rompe su escala de valores y se empuja hacia el mal, en el que no existen los componentes duros de un sistema o red de seguridad social para el futuro de su familia.
Traer a cuento esta serie tiene un propósito: afirmar lo que no ha entendido el grupo gobernante, que es considerar la seguridad social la punta de lanza contra la inseguridad pública. Si nos damos cuenta que la pobreza y la desigualdad social avanza de manera galopante, por qué no usar toda la fuerza del Estado para contrarrestarlas.
Ideológicamente el grupo gobernante no está preparado para dar el giro de la estrategia. Lo social y la familia en particular son asunto de las iglesias, según un parecer atribuible a su mentalidad manifiesta. El otro elemento ideológico es que la distribución de la riqueza le corresponde al mercado. Con estos dos ejes, Felipe Calderón y su equipo creen que hacen lo adecuado. Y tienen que cambiar de parecer, por el bien de todos, como diría su Némesis.
Seguridad social, empleo, salario remunerador, son el cambio de estrategia que la sociedad y algunas fuerzas políticas le exigen a Calderón.