Dos horas fueron demasiado para
escuchar reiteraciones. Lo que vimos en el debate de la noche del domingo 20 de
mayo en la ciudad de Tijuana, B.C. no alteró percepciones. Eso sí, exhibe los
consejos recibidos por cada uno de los candidatos que les fueron sugeridos por
los equipos de campaña. En unos más, en otros menos. Consejos tan intrascendentes
como para no producir sorpresas. Ni siquiera por el formato, en el cual los
conductores se mantuvieron amenazantes, amagando con dar reglazos a los
debatientes. De la participación ciudadana, sólo fue un experimento.
Lo que vimos fueron papeles asumidos
con anterioridad enfocando destinatarios.
Jaime Rodríguez Calderón demostró
ser el patiño de la contienda, queriendo imponer un estilo lib-pop que no
convenció a la audiencia. Quizás sólo quería dirigirse a su mamá, ojalá lo haya
visto.
José Antonio Meade representó el
papel de lo que ha sido y sigue siendo: el burócrata que acata las órdenes que
se le dan, como preguntarle al candidato de la alianza juntos haremos historia,
por enésima vez, de qué vive. Todos lo sabemos, vive de la política ¿Está
prohibido? También, por instrucción evitó tocar con el pétalo de una rosa a
Enrique Peña Nieto. Tampoco uso información probada para exhibir las dudosas
operaciones financieras de quien encabeza por México al frente . Meade perdió la
oportunidad de mostrar su autonomía.
Ricardo Anaya Cortés, sin duda,
el que le dio tiempo a la preparación de su desempeño, un diseño estudiado.
Hablar de corrido, no dejar pasar réplicas y graficarlas. Una actuación
excesivamente enfocada a dar gusto a la “comentocracia” y para atacar a López
Obrador, exponiéndose innecesariamente a los gracejos del aludido. Al final de
la sesión esas burlas se amplificaron en las redes sociales.
Andrés Manuel López Obrador evitó
reinventarse. Repitiendo lo que ha dicho en los foros de los privados y en la
plaza pública. Más que mesías es un misionero que se dirige a ese sujeto
llamado pueblo, hoy tan devaluado para algunos intelectuales. Confiado en la
creencia de quien persiste convence, AMLO ha puesto un punto en la agenda que
ninguno de sus adversarios puede ya rebatir y prefieren plegarse. La situación
de descontento y enojo, la superación de varios males que tiene el país pasa
por la redistribución.